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SE DESAFÍA A LA IGLESIA A CONSTRUIR UNA INSTITUCIÓN DE SALUD MV 143

A Elena de White se le mostró que: MV 143.9

Nuestro pueblo observador del sábado ha sido negligente en actuar en base a la luz que Dios ha dado respecto a la reforma de la salud; todavía hay una gran obra ante nosotros, y como pueblo hemos sido demasiado remisos en seguir la providencia oportuna de Dios según él ha decidido guiamos (Id., p. 485). MV 143.10

Nuestro pueblo debiera tener una institución propia, bajo su propio control, para beneficio de los enfermos y sufrientes entre nosotros que desean tener salud y fuerza para que puedan glorificar a Dios en su cuerpo y espíritu, que son suyos. Dicha institución, correctamente conducida, sería el medio para exponer nuestros puntos de vista a muchos a quienes nos sería imposible alcanzar mediante el curso corriente de presentar la verdad (Id., pp. 492-493). MV 144.1

Sin duda, algunos en la audiencia cuestionaron cómo este pequeño pueblo, con recursos limitados, podría jamás comenzar una institución médica. La audiencia, incluyendo a J. N. Loughborough, estaba sorprendida. MV 144.2

Puesto que en ese entonces Jaime estaba en una condición crítica de salud y no podía acometer tal empresa, el asunto parecía recaer en la Asociación de Michigan, de la cual Loughborough em presidente. MV 144.3

Loughborough preparó un documento donde se comprometían a contribuir y fue primeramente a J. P Kellogg, uno de los hombres de negocios más prósperos entre los adventistas de Battle Creek, y padre de J. H. y W. K. Kellogg. Loughborough le dijo: MV 144.4

Hno. Kellogg, usted oyó el testimonio que la Hna. White nos leyó en la carpa. Unos pocos de nosotros hemos decidido hacer una inversión en favor del propósito que se nos presentó en ese testimonio; sea como fuere, tenemos que vencer las dificultades. Pensamos que nos gustaría tener su nombre a la cabeza de la lista, ya que usted tiene más dinero que cualquiera de nosotros (PUR, 2 de enero, 1913). MV 144.5

Kellogg replicó: “Permítame esa hoja”. Con trazos firmes escribió, “J. P. Kellogg, $500”. “Allí está —dijo—, fracasemos o no, tenemos que hacerlo”. Otros rápidamente le siguieron con promesas: Elena G. de White, $500; J. M. Aldrich, $250; Jaime White, $100; J. N. Loughborough, $50; etcétera. El comité siguió el consejo de abogados competentes, y la institución naciente se desarrolló como una empresa comercial en base a acciones que pagaban dividendos. Cada acción se vendía a $25, con la promesa de dar utilidades al inversionista en base a las ganancias. Antes de mucho, sin embargo, siguiendo el consejo de Elena de White, esto fue cambiado. Mientras se formó el capital en base a la compra de acciones, que proveían derechos para votar, las ganancias de la inversión eran reinvertidas en la empresa. MV 144.6