Avanzando de prisa temprano a la mañana siguiente, encontraron una cuesta constante hasta llegar a la marca de los 3.360 metros (11.000 pies). “Aquí —escribió Jaime White— el aire estaba tan enrarecido que los caballos que subían, respiraban y jadeaban como si fuesen a perder su aliento; y sus jinetes decidían con frecuencia respirar profundamente, lo que no parecía ser suficiente ni satisfacía las demandas usuales del aparato respiratorio. Esto daba una oportunidad excelente para expandir los pulmones y el pecho... MV 172.2
“Apretamos el paso y ascendimos la aguda cuesta, hasta la cumbre de la cadena de montañas, a la que llegamos a las 11:00 a.m... Desde esta gran cordillera, la columna vertebral del continente, brota agua de las vertientes, a corta distancia la una de la otra, las que corren, unas al Atlántico y las otras al Pacífico. Ahora habíamos llegado a una altitud demasiado fría para que existieran árboles de cualquier clase” (HR, marzo de 1873). MV 172.3
En la cumbre de la cordillera, el terreno era más bien llano pero áspero, “virgen, rocoso, típico de la montaña” Luego debían descender. Elena de White decidió ir en el carretón con el Sr. Walling, pero encontró tan incómodo el asiento que se sacudía que prefirió ir con el equipaje, extendida sobre el mismo y aferrándose al enorme atado de carpas. Willie describió el descenso: MV 172.4
A medida que descendemos, los vientos fríos y los bancos de nieve quedan atrás, pero los caminos son terribles. Descienden en forma tan abrupta que usted está en peligro de deslizarse por encima de la cabeza de su caballo, luego tiene que ir a través de ciénagas que son numerosas cerca de la cumbre de la cordillera, donde usted debe esforzarse para mantener a su caballo sobre la superficie; y el resto del camino sobre rocas y piedras sueltas, a través de arroyos y por encima de troncos, subiendo y bajando, pero mayormente bajando hasta que llegamos al parque [Middle Park]. MV 172.5
Rengos y cansados, nos sentimos contentos de detenemos y acampar en el borde de un bosque espeso que rodeaba una pequeña pradera a través de la cual serpenteaba un arroyo de montaña, con aguas claras y frías, y lleno de truchas moteadas. Como de costumbre, atamos los caballos donde había buen pasto, armamos las carpas, cortamos ramas de abeto para nuestras camas, y luego prendimos un buen fuego en frente de las carpas, nos retiramos a descansar y dormimos bien hasta la salida del sol (YI, enero, 1873). MV 173.1