¿Cómo fueron conducidos estos congresos o asambleas y qué se logró? Reflexionando sobre ellos en años posteriores, Elena de White describió sus actividades: MV 48.1
Solíamos reunimos con el alma cargada, orando que fuéramos hechos uno en fe y doctrina; porque sabíamos que Cristo no está dividido. Un tema a la vez era objeto de investigación. Las Escrituras se abrían con reverente temor. A menudo ayunábamos, a fin de estar mejor preparados para entender la verdad. Después de fervientes plegarias, si algún punto no se entendía, era objeto de discusión, y cada uno expresaba su opinión con libertad; entonces solíamos arrodillamos de nuevo en oración, y ascendían fervientes súplicas al cielo para que Dios nos ayudara a estar completamente de acuerdo, para que pudiéramos ser uno como Cristo y el Padre son uno. Muchas lágrimas eran derramadas. MV 48.2
Pasamos muchas horas de esta manera. A veces pasábamos la noche entera en solemne investigación de las Escrituras, a fin de poder entender la verdad para nuestro tiempo. En tales ocasiones el Espíritu de Dios solía venir sobre mí, y las porciones difíciles eran aclaradas por el medio señalado por Dios, y entonces había perfecta armonía. Eramos todos de una misma mente y de un mismo espíritu. MV 48.3
Poníamos especial cuidado en que los textos no fueran torcidos para acomodarse a las opiniones de hombre alguno. Tratábamos de hacer que nuestras diferencias fueran tan leves como fuera posible, no espaciándonos en puntos de menor importancia sobre los cuales hubiera opiniones variadas. Pero la preocupación de toda alma era producir entre los hermanos una condición que fuera una respuesta a la oración de Cristo de que sus discípulos fuesen uno como él y el Padre son uno (TM, pp. 24-25). MV 48.4
El Señor se manifestó en una manera que hizo claro para siempre que lo que ocurrió trascendía la manipulación humana. Elena de White explicó: MV 48.5
Durante todo este tiempo, no podía entender el razonamiento de los hermanos. Mi mente estaba cerrada, por así decirlo, y no podía comprender el significado de los textos que estábamos estudiando. Éste fue uno de los mayores dolores de mi vida. Quedaba en esta condición mental hasta que se aclaraban en nuestras mentes todos los principales puntos de nuestra fe, en armonía con la Palabra de Dios. Los hermanos sabían que cuando yo no estaba en visión, no podía entender estos asuntos, y aceptaban como luz enviada del cielo las revelaciones dadas (IMS, pp. 241-242). MV 48.6
Durante dos o tres años mi mente continuó cerrada a las Escrituras... Algún tiempo después de que nació mi segundo hijo [julio de 1849] nos sentíamos grandemente perplejos respecto a ciertos puntos de doctrina. Le estaba pidiendo al Señor que abriese mi mente para que yo pudiese entender su Palabra. Repentinamente me pareció verme rodeada por una luz clara, hermosa, y desde entonces las Escrituras siempre han sido un libro abierto para mí (MS 135, 1903). MV 49.1
Ella explicó: “Se propusieron muchas teorías que tenían una apariencia de verdad, pero estaban tan mezcladas con pasajes bíblicos mal interpretados y mal aplicados, que conducían a errores peligrosos. Sabemos muy bien cómo se estableció cada rasgo de la verdad” (2MS, p. 119). MV 49.2
En la experiencia de los Adventistas del Séptimo Día no se dieron las visiones para ocupar el lugar del estudio de la Biblia. Sin embargo, fueron una ayuda definida en el estudio de la Biblia, corrigiendo interpretaciones erróneas y señalando lo que era la verdad. “Él [Dios] quiere que vayamos a la Biblia —escribió ella en 1888— y que obtengamos la evidencia de la Escritura” (MS 9, 1888). En 1903 Elena de White escribió: MV 49.3
Los puntos principales de nuestra fe como los sustentamos en la actualidad fueron establecidos firmemente. Punto tras punto fue definido claramente, y todos los hermanos estuvieron de acuerdo. Todo el grupo de creyentes estaba unido en la verdad. Estaban aquellos que vinieron con doctrinas extrañas, pero nosotros nunca sentimos temor de enfrentarlos. Nuestra experiencia fue establecida maravillosamente por la revelación del Espíritu Santo (MS 135, 1903). MV 49.4