Dios nos ha mostrado en qué consiste nuestra fortaleza, y necesitamos estar al tanto de ello. Asimismo, debemos prepararnos para un tiempo de angustia tan difícil como jamás se ha conocido desde la fundación del mundo. No obstante, nuestra fortaleza está en Cristo, nuestra justicia. Preguntemos a Isaías quién ha de ser nuestra fortaleza. Èl responde con una frase que resuena aun hasta nuestros días: «Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre “Admirable consejero”, “Dios fuerte”, “Padre eterno”, “Príncipe de paz”» (Isa. 9: 6). ¿No es suficiente para nosotros? ¿Acaso no podremos confiar completamente en ello? ¿Necesitamos hacer algo de nuestra parte? No, no lo necesitamos. Debemos escondernos en Cristo, y podemos hacerlo en la seguridad del Dios de Israel. Así podremos enfrentar los poderes de las tinieblas. No luchamos contra carne y sangre, sino contra principados y potestades, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Y es únicamente en Cristo que podemos hacerles frente. SE1 108.5
Hermanos, que ninguno de ustedes se aparte de la senda. Podrán decir algunos: «Bien, ¿qué quiso decir el hermano Smith en su artículo de la Review? Él no sabe de lo que está hablando; considera [en su ceguera] que las personas son como árboles que deambulan en medio nuestro”. Todo depende de que seamos obedientes a los mandamientos de Dios. Por tanto, él toma aquellos que han sido colocados en un ambiente de falsedad, y los ata en manojos como si estuviéramos descartando las demandas de la ley de Dios, cuando ese no es el caso. Es imposible que exaltemos la ley de Jehová, a menos que nos aferremos a la justicia de Cristo. SE1 109.1
Mi esposo entendió el tema de la ley y lo hemos discutido noche tras noche, hasta desvelarnos. Estos son los mismos principios por los que la gente se esfuerza. Necesitan saber que Cristo los acepta tan pronto como acuden a él. Quiero decirles, hermanos, que esa luz es para el justo, y la verdad para los rectos de corazón. SE1 109.2
Ahora bien, necesitamos ser un pueblo que manifieste gozo y alegría, y nunca lo haremos a menos que acudamos a Jesucristo. Si pecamos, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Entonces no debo estar lamentándome a cada momento, porque Cristo ha resucitado. No está en la tumba nueva de José, está con el Padre. ¿Y cómo es que está allí? Como un cordero inmolado, y lleva en sus manos las marcas de la crucifixión. «Los llevo en las palmas de mis manos». Oh, si esto no nos llena de esperanza y gratitud, ¿qué lo hará? SE1 109.3