Si no fuera por la luz que se nos brinda desde lo alto, no podríamos seguir paso a paso las divinas pisadas. Cristo vino a este mundo con el fin de que podamos tener esa luz. Él es «la luz verdadera que alumbra a todo hombre». La majestad del cielo, el Hijo del Dios vivo, alguien que es igual que el Padre, vino a nuestro mundo para estar del lado de los seres caídos; es mediante su sacrificio que concede valor a los seres humanos. Más y más bajo pisó en humillación, hasta que le fue imposible descender más. Por nosotros él sufrió y murió. Mientras colgaba de la cruz, exclamó: «¡Consumado es!” Él había completado su obra a favor de nosotros; se había convertido en la propiciación por nuestros pecados. Cristo hizo posible que nos limpiemos mediante la fe en él. SE2 268.4
Si desde el principio hubiéramos caminado siguiendo el consejo de Dios, miles más se habrían convertido a la verdad presente. Pero muchos han trazado sendas torcidas para los pies de ellos. Mis hermanos: «Haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino”. Que nadie siga una senda torcida que alguien ha trazado, porque de ese modo no solamente se desviará usted sino que hará más fácil que alguien más siga esa senda torcida. Decida hoy que caminará en la senda de obediencia en lo que a usted respecta. Sepan con certeza que ustedes se encuentran bajo el amplio escudo del Omnipotente. Reconozcan las características de Jehová que deben ser reveladas en sus vidas, y que en ustedes debe ser realizada una obra que modelará sus caracteres a la semejanza divina. Entréguense a la dirección de Aquel que es la cabeza de todo. SE2 268.5
Hermanos y hermanas, estamos realizando nuestra obra para el juicio final. Aprendamos de Jesús. Necesitamos su dirección en todo momento. A cada paso del camino debemos preguntar: «¿Es esta la senda de Jehová?”, en lugar de decir: «¿Es esta la senda del hombre que me dirige?». Debemos únicamente preguntamos si acaso estamos caminando por la senda de Jehová. SE2 269.1
Dios honrará y sostendrá a toda alma bien intencionada y ferviente que busca caminar ante él en la perfección de la gracia de Cristo. Él jamás abandonará ni olvidará a un alma humilde y temblorosa. ¿Estamos dispuestos a creer que él obrará en nuestros corazones? ¿Que si le permitimos hacerlo, él nos purificará y santificará mediante su abundante gracia, capacitándonos para ser obreros conjuntamente con él? ¿Podremos mediante una aguda y santificada percepción apreciar la fortaleza de sus promesas y apropiarnos de ellas, no porque lo merezcamos; sino porque mediante una fe viva reclamamos la justicia de Cristo? SE2 269.2