Consideren aquellos que han sido remisos en esta obra la orden del gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Mateo 22:39. Esta obligación recae sobre todos. Se requiere de todos que trabajen para disminuir los males y multiplicar las bendiciones de sus semejantes. Si somos fuertes para resistir la tentación estamos bajo mayor obligación de ayudar a los que son débiles y ceden a ella. Si tenemos conocimiento, debemos instruir al ignorante. Si Dios nos ha bendecido con bienes de este mundo, es nuestro deber socorrer a los pobres. Debemos trabajar para beneficio de los demás. Que todos los que están dentro de la esfera de nuestra influencia participen de cualquier excelencia que poseamos. Nadie debe contentarse con alimentarse del pan de vida sin compartirlo con los que le rodean. 2JT 249.1
Viven tan sólo para Cristo y honran su nombre aquellos que son fieles a su Maestro, tratando de salvar lo que se había perdido. La piedad genuina se manifestará ciertamente mediante el anhelo profundo y la ferviente labor del Salvador crucificado para salvar a aquellos por quienes murió. Si nuestro corazón está enternecido y subyugado por la gracia de Cristo, si está iluminado con un sentido de la bondad y el amor de Dios, habrá un flujo natural de amor, simpatía y ternura hacia los demás. La verdad ejemplificada en la vida ejercerá su poder, como la levadura oculta, en todos aquellos con quienes sea puesta en contacto. 2JT 249.2
Dios dispuso que para crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo, los hombres deben seguir su ejemplo y trabajar como él trabajó. Ello requerirá con frecuencia una lucha para dominar nuestros propios sentimientos y para refrenarnos de hablar de una manera que desaliente a los que están luchando con la tentación. Una vida de oración y alabanza diarias, una vida que derrame luz sobre la senda de los demás, no puede mantenerse sin esfuerzo ferviente. Pero un esfuerzo tal dará preciosos frutos, bendiciones para el receptor y para el dador. 2JT 249.3
El espíritu de labor abnegada en favor de otros da al carácter profundidad, estabilidad y amabilidad como las de Cristo, infunde paz y felicidad a su poseedor. Las aspiraciones son elevadas. No hay cabida para la pereza o el egoísmo. Los que ejercitan las gracias cristianas crecerán. Tendrán nervios y músculos espirituales y serán fuertes para trabajar por Dios. Tendrán claras percepciones espirituales, una fe constante y creciente, y poder prevaleciente en la oración. Los que velan por las almas, los que se consagran plenamente a la salvación de los que yerran, están ciertamente obrando su propia salvación. 2JT 250.1