Dios no ha cambiado. Su poder no es menor hoy que en los días de Elías. Y no menos segura que cuando fué pronunciada por nuestro Salvador es la promesa que Cristo ha dado: “El que recibe profeta en nombre de profeta, merced de profeta recibirá.” Mateo 10:41. 2JT 573.2
A sus fieles siervos de hoy como a sus primeros discípulos, se aplican las palabras de Cristo: “El que os recibe a vosotros, a mí recibe; y el que a mí recibe, recibe al que me envió.” Ningún acto de bondad hecho en su nombre dejará de ser reconocido y recompensado. Y en el mismo tierno reconocimiento Cristo incluye aun a los más débiles y humildes de la familia de Dios. “Y cualquiera que diere a uno de estos pequeñitos—los que son como niños en su fe y conocimiento—un vaso de agua fría solamente, en nombre de discípulo, de cierto os digo, que no perderá su recompensa.” Vers. 40, 42. 2JT 573.3
La pobreza no necesita privarnos de manifestar hospitalidad. Hemos de impartir lo que tenemos. Hay quienes luchan para ganarse la vida, quienes tienen grandes dificultades para suplir sus necesidades; pero aman a Jesús en la persona de sus santos, y están listos para mostrar hospitalidad a creyentes e incrédulos, y tratan de hacer provechosas sus visitas. En la mesa y en el culto de la familia, dan la bienvenida a los huéspedes. El momento de oración impresiona a aquellos que reciben su hospitalidad, y aun una visita puede significar la salvación de un alma de la muerte. El Señor toma nota diciendo: “Te lo pagaré.” 2JT 574.1
Hermanos y hermanas, invitad a vuestros hogares a aquellos que necesitan hospitalidad y bondadosa atención. Sin ostentación, al ver su necesidad, acogedlos y manifestadles verdadera hospitalidad cristiana. Hay preciosos privilegios en el trato social. 2JT 574.2
“No con sólo el pan vivirá el hombre” (Mateo 4:4), y a medida que nosotros impartimos a otros de nuestro alimento temporal, debemos impartir también esperanza, valor y amor cristianos. Debemos “consolar a los que están en cualquiera angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios.” 2 Corintios 1:4. Y se nos asegura que “poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia; a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra.” 2 Corintios 9:8. Estamos en un mundo de pecado y tentación; en todo nuestro derredor hay almas que perecen sin Cristo; y Dios quiere que trabajemos por ellas de toda manera posible. Si tenemos un hogar agradable, invitemos a los jóvenes que no tienen hogar, los que necesitan ayuda, que anhelan simpatía, palabras bondadosas, respeto y cortesía. Si deseáis traerlos a Cristo, debéis mostrarles que los amáis y respetáis como compra de su sangre. 2JT 574.3
En la providencia de Dios estamos en relación con los inexpertos, con muchos que necesitan compasión y piedad. Necesitan socorro, porque son débiles. Los jóvenes necesitan ayuda. En la fuerza de Aquel cuya amante bondad se ejercita hacia los indefensos, los ignorantes y los que son contados como los menores de sus pequeñuelos, debemos trabajar para su futuro bienestar, para que adquieran un carácter cristiano. Aquellos mismos que más necesitan ayuda, serán a veces los que nos probarán más la paciencia. “Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños—dice Cristo;—porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos.” Mateo 18:10. Y a los que atienden a estas almas, el Salvador declara: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40. 2JT 575.1
Las sienes de aquellos que hacen esta obra llevarán la corona del sacrificio. Pero recibirán su recompensa. En el cielo veremos a los jóvenes a quienes ayudamos, a aquellos a quienes invitamos a nuestras casas, a los que apartamos de la tentación. Veremos sus rostros reflejar la radiante gloria de Dios. “Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes.” Apocalipsis 22:4. 2JT 575.2