Pablo ruega a los efesios que conserven la unidad y el amor: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados; con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación: un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros.” Efesios 4:1-6. 2JT 80.1
El apóstol exhortó a sus hermanos a manifestar en su vida el poder de la verdad que les había presentado. Con mansedumbre y bondad, tolerancia y amor, debían manifestar el carácter de Cristo y las bendiciones de su salvación. Hay un solo cuerpo, un Espíritu, un Señor, una fe. Como miembros del cuerpo de Cristo, todos los creyentes son animados por el mismo espíritu y la misma esperanza. Las divisiones que haya en la iglesia deshonran la religión de Cristo delante del mundo, y dan a los enemigos de la verdad ocasión de justificar su conducta. Las instrucciones de Pablo no fueron escritas solamente para la iglesia de su tiempo. Dios quería que fuesen transmitidas hasta nosotros. ¿Qué estamos haciendo para conservar la unidad en los vínculos de la paz? 2JT 80.2
Cuando el Espíritu Santo fué derramado sobre la iglesia primitiva, los hermanos se amaban unos a otros. “Comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” Hechos 2:46, 47. Los cristianos primitivos eran pocos en número, y no tenían riquezas ni honores; sin embargo, ejercieron una poderosa influencia. La luz del mundo resplandecía por medio de ellos. Aterrorizaban a los que hacían mal, dondequiera que se conocían su carácter y sus doctrinas. Por esta causa, eran odiados de los impíos, y perseguidos aún hasta la muerte. 2JT 80.3
La norma de la santidad es la misma hoy que en el tiempo de los apóstoles. Ni las promesas ni los requerimientos de Dios han perdido su fuerza. Pero, ¿cuál es el estado de los que profesan ser pueblo de Dios cuando se compara con el de la iglesia primitiva? ¿Dónde están el Espíritu y el poder de Dios que acompañaban entonces a la predicación del Evangelio? ¡Ay, “cómo se ha obscurecido el oro! ¡Cómo el buen oro se ha demudado!” Lamentaciones 4:1. 2JT 81.1
El Señor plantó a su iglesia como una viña en un campo fértil. Con el más tierno cuidado la alimentó y cuidó, a fin de que produjese frutos de justicia. Su lenguaje es: “¿Qué más se había de hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?” Isaías 5:4. Pero esta viña plantada por Dios se inclinó a tierra, y enlazó sus zarcillos en derredor de soportes humanos. Sus ramas se extienden ampliamente, pero lleva los frutos de una viña degenerada. Su Señor declara: “Esperando yo que llevase uvas, ha llevado uvas silvestres.” Isaías 5:4. 2JT 81.2
El Señor otorgó grandes bendiciones a su iglesia. La justicia exige que ella retribuya estos talentos con creces. A medida que aumentaron los tesoros de la verdad a ella confiados, sus obligaciones aumentaron también. Pero en vez de aprovechar esos dones y avanzar hacia la perfección, ella apostató de aquello que había alcanzado en su primera condición. El cambio de su estado espiritual se produjo gradual y casi imperceptiblemente. A medida que empezaba a buscar la alabanza y la amistad del mundo, su fe disminuyó, su celo languideció, su ferviente devoción fué reemplazada por un formalismo muerto. Cada paso hacia el mundo la fué alejando de Dios. A medida que la iglesia cultivó el orgullo y la ambición mundanal, el Espíritu de Cristo se apartó de ella y la emulación y contienda penetraron en ella para distraerla y debilitarla. 2JT 81.3
Pablo escribe a sus hermanos de Corinto: “Porque todavía sois carnales: pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” 1 Corintios 3:3. Es imposible para la mente absorbida por la envidia y la contienda comprender las profundas verdades de la Palabra de Dios. “Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente.” 1 Corintios 2:14. No podemos entender correctamente ni apreciar la revelación divina sin la ayuda del Espíritu por el cual fué dada la Palabra. 2JT 82.1
Los que han sido designados para cuidar los intereses espirituales de la iglesia deben esmerarse por ser un buen ejemplo sin dar ocasión a la envidia, los celos o las sospechas y manifestar siempre el mismo espíritu de amor, respeto y cortesía que desean estimular en sus hermanos. Deben prestar diligente atención a las instrucciones de la Palabra de Dios. Refrénese toda manifestación de animosidad o falta de bondad; arránquese toda raíz de amargura. Cuando se levantan dificultades entre hermanos, debe seguirse estrictamente la regla del Salvador. Debe hacerse todo esfuerzo posible para efectuar una reconciliación, pero si las partes persisten obstinadamente en su divergencia, deben ser suspendidas hasta que puedan armonizar. 2JT 82.2
Si se presentan pruebas en la iglesia, examine cada miembro su propio corazón para ver si la causa de la dificultad no reside en él. Por el orgullo espiritual, el deseo de dominar, el anhelo ambicioso de honores o puestos, la falta de dominio propio, por satisfacer una pasión o el prejuicio, por la inestabilidad o falta de juicio, la iglesia puede ser perturbada, y su paz sacrificada. 2JT 82.3
Con frecuencia causan dificultades los diseminadores de chismes, cuyos susurros y sugestiones envenenan las mentes incautas y separan a los amigos más íntimos. En su mala obra, los creadores de disensión están secundados por los muchos que con oídos abiertos y mal corazón dicen: “Denunciad, y denunciaremos.” Jeremías 20:10. Este pecado no debe ser tolerado entre los que siguen a Cristo. Ningún padre cristiano debe permitir que se repitan chismes en el círculo familiar, ni palabras despectivas para los miembros de la iglesia. 2JT 83.1
Los cristianos considerarán que se cumple un deber religioso al reprimir el espíritu de envidia o rivalidad. Deben regocijarse en la reputación superior o prosperidad de sus hermanos, aun cuando su propio carácter o progreso parezcan quedar en la sombra. Fueron el orgullo y la ambición albergados en el corazón de Satanás los que le desterraron del cielo. Estos males están profundamente arraigados en nuestra naturaleza caída, y si no se suprimen predominarán sobre toda cualidad buena y noble, y producirán la envidia y la disensión como funestos frutos. 2JT 83.2
Debemos buscar la verdadera bondad más bien que la grandeza. Los que poseen el ánimo de Cristo tendrán humilde opinión de sí mismos. Trabajarán por la pureza y prosperidad de la iglesia, y estarán listos para sacrificar sus propios intereses y deseos antes que causar disensión entre sus hermanos. 2JT 83.3
Satanás está tratando constantemente de sembrar desconfianza, enajenamiento y malicia entre el pueblo de Dios. Con frecuencia estaremos tentados a sentir que nuestros derechos han sido invadidos, sin que haya verdadera causa para tener esos sentimientos. Los que se aman a sí mismos más que a Cristo y su causa, pondrán sus intereses en primer lugar, y recurrirán a casi cualquier expediente para guardarlos y mantenerlos. Cuando se consideren perjudicados por sus hermanos, algunos acudirán a los tribunales, en vez de seguir la regla del Salvador. 2JT 83.4
Aun muchos de los que parecen cristianos concienzudos son disuadidos por el orgullo y la estima propia de ir privadamente a aquellos a quienes creen errados, para hablar del asunto con el espíritu de Cristo y orar uno por otro. Las contenciones, disensiones y pleitos entre hermanos deshonran la causa de la verdad. Los que siguen tal conducta exponen a la iglesia al ridículo de sus enemigos, y hacen triunfar las potestades de las tinieblas. Están abriendo de nuevo las heridas de Cristo y exponiéndole al oprobio. Desconociendo la autoridad de la iglesia, manifiestan desprecio por Dios, quien dió su autoridad a la iglesia. 2JT 84.1
Pablo escribe a los Gálatas: “Ojalá fuesen también cortados los que os inquietan. Porque vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión a la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en aquesta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y si os mordéis y os coméis los unos a los otros, mirad que también no os consumáis los unos a los otros. Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne.” Gálatas 5:12-16. 2JT 84.2
Algunos falsos maestros habían presentado a los Gálatas doctrinas opuestas al Evangelio de Cristo. Pablo trataba de exponer y corregir estos errores. Deseaba mucho que los falsos maestros fuesen separados de la iglesia, pero su influencia había afectado a tantos de los creyentes que parecía azaroso tomar una decisión contra ellos. Había peligro de ocasionar contiendas y divisiones ruinosas para los intereses espirituales de la iglesia. Por lo tanto trataba de hacer ver a sus hermanos la importancia de ayudarse unos a otros con amor. 2JT 84.3
Declaró que todas las demandas de la ley que presentan nuestros deberes hacia nuestros semejantes se cumplen al amarse unos a otros. Les advirtió que si se entregaban al odio y a la contención, dividiéndose en partidos, y mordiéndose y devorándose unos a otros como las bestias, atraerían sobre sí mismos desgracia inmediata y ruina futura. Había tan sólo una manera de evitar estos terribles males, a saber, como les recomendó el apóstol, andando “en el Espíritu.” Mediante constante oración debían buscar la dirección del Espíritu Santo, que los conduciría al amor y la unidad. 2JT 84.4
Una casa dividida contra sí misma no puede subsistir. Cuando los cristianos contienden, Satanás acude para ejercer el dominio. ¡Con cuánta frecuencia ha tenido éxito en destruir la paz y armonía de las iglesias! ¡Qué fieras controversias, qué amarguras, qué odios han comenzado con un asunto pequeño! ¡Cuántas esperanzas han sido marchitadas, cuántas familias han sido divididas por la discordia y la contención! 2JT 85.1
Pablo encargó a sus hermanos que tuviesen cuidado, no fuese que al tratar de corregir las faltas ajenas, estuviesen ellos mismos cometiendo pecados igualmente graves. Les advierte que el odio, la emulación, la ira, las contiendas, las sediciones, las herejías y las envidias son tan ciertamente obras de la carne como la lascivia, el adulterio, la borrachera y el homicidio, y tan seguramente negarán a los culpables la entrada al cielo. 2JT 85.2
Cristo declaró: “Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y fuera echado en la mar.” Marcos 9:42. Quienquiera que por engaño voluntario o por su mal ejemplo extravía a un discípulo de Cristo, es culpable de un grave pecado. Quienquiera que le haga objeto de calumnia o ridículo, insulta a Jesús. Nuestro Salvador nota todo daño hecho a los que le siguen. 2JT 85.3
¿Cómo fueron castigados antiguamente los que se mofaron de aquello que Dios había elegido como sagrado para sí? Belsasar y sus príncipes profanaron los vasos de oro de Jehová y alabaron los ídolos de Babilonia. Pero el Dios a quien desafiaron era testigo de la escena profana. En medio de su alegría sacrílega, se vió una mano sin sangre que trazaba caracteres misteriosos en la pared del palacio. Llenos de terror, oyeron su suerte anunciada por el siervo del Altísimo. 2JT 85.4
Recuerden los que se deleitan en formular palabras de calumnia y mentira contra los siervos de Dios que él es testigo de sus acciones. Sus calumnias no están profanando vasos sin alma, sino el carácter de aquellos que Cristo compró con su sangre. La mano que trazó los caracteres sobre las paredes del palacio de Balsasar, registra fielmente cada acto de injusticia u opresión cometi lo contra el pueblo de Dios. 2JT 85.5
La historia sagrada presenta sorprendentes ejemplos del cuidado celoso que el Señor ejerce en favor de los más débiles de sus hijos. Durante los viajes de Israel en el desierto, los cansados y débiles que se habían rezagado fueron atacados y asesinados por los cobardes y crueles amalecitas. Más tarde Israel hizo guerra con los amalecitas y los derrotó. “Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que del todo tengo de raer la memoria de Amalec de debajo del cielo.” La sentencia fué repetida otra vez por Moisés poco antes de su muerte, para que no fuese olvidada por su posteridad. “Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino, cuando salisteis de Egipto: que te salió al camino, y te desbarató la retaguardia de todos los flacos que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no temió a Dios. ... Raerás la memoria de Amalec de debajo del cielo: no te olvides.” Éxodo 17:14; Deuteronomio 25:17-19. 2JT 86.1
Si Dios castigó así la crueldad de una nación pagana, ¿cómo considerará a aquellos que, profesando ser su pueblo, hacen guerra contra sus propios hermanos que son obreros cansados y agotados en su causa? Satanás tiene gran poder sobre aquellos que se entregan a su dominio. Los sumos sacerdotes y ancianos—los maestros religiosos del pueblo—fueron quienes incitaron a la turba homicida desde el tribunal al Calvario. Entre los que profesan seguir a Cristo hoy, hay corazones animados por el mismo espíritu que clamó por la crucifixión de nuestro Salvador. Recuerden los obradores de iniquidad que todos sus actos tienen un testigo, a saber, un Dios santo que odia el pecado. El traerá todas sus obras a juicio, con toda cosa secreta. 2JT 86.2
“Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en bien, a edificación. Porque Cristo no se agradó a sí mismo.” Romanos 15:1-3. Como Cristo se compadeció de nosotros y nos ayudó en nuestra debilidad y carácter pecaminoso, debemos compadecernos de los demás y ayudarles. Muchos se sienten perplejos por la duda, cargados de flaquezas, débiles en la fe e incapaces de comprender lo invisible; pero un amigo al cual pueden ver, que venga a ellos en lugar de Cristo, puede ser un eslabón que asegure su temblorosa fe en Dios. ¡Cuán bienaventurada es esta obra! No permitamos que el orgullo y el egoísmo nos impidan hacer el bien que podríamos hacer, trabajando en nombre de Cristo y con un espíritu amante y tierno. 2JT 87.1