132. Si nos vistiéramos de una manera sencilla y modesta sin seguir la moda; si nuestra mesa fuera provista siempre de alimentos sencillos y saludables, evitando todo manjar lujoso y suculento, toda extravagancia; si nuestras casas fueran edificadas con la debida sencillez y amuebladas de la misma manera, esto mostraría el poder santificador de la verdad, y tendría una influencia destacada sobre los no creyentes. Pero mientras nos conformamos al mundo en estas cosas, tratando, aparentemente de superar a veces a los mundanos en arreglos extravagantes, la predicación de la verdad tendrá poco o ningún efecto. ¿Quién creerá la solemne verdad para este tiempo, cuando los que ya profesan creerla contradicen su fe con sus obras? No es Dios el que nos ha cerrado las ventanas del cielo, sino nuestra propia conformidad a las costumbres y prácticas del mundo.—Testimonies for the Church 5:206 (1882). CRA 106.6
133. Merced a un milagro del poder divino dio Cristo de comer a la muchedumbre; y sin embargo, ¡cuán modesto era el manjar provisto! Sólo unos peces y unos panes que constituían el alimento diario de los pescadores de Galilea. CRA 107.1
Cristo hubiera podido darle al pueblo una suntuosa comida; pero un manjar preparado únicamente para halago del paladar no les hubiera servido de enseñanza para su bien. Mediante este milagro, Cristo deseaba dar una lección de sobriedad. Si los hombres fueran hoy de hábitos sencillos, y si viviesen en armonía con las leyes de la naturaleza, como Adán y Eva en un principio, habría abundantes provisiones para satisfacer las necesidades de la familia humana. Pero el egoísmo y la gratificación de los apetitos trajeron el pecado y la miseria, a causa del exceso por una parte, y de la necesidad por otra.—El Ministerio de Curación, 30 (1905). CRA 107.2
134. Si los que profesan ser cristianos usasen menos de su fortuna para adornar su cuerpo y hermosear sus propias casas, y en sus mesas hubiese menos lujos extravagantes y malsanos, podrían colocar sumas mucho mayores en la tesorería del Señor. Imitarían así a su Redentor, quien dejó el cielo, sus riquezas y su gloria, y por amor de nosotros se hizo pobre, a fin de que pudiésemos tener las riquezas eternas.—Joyas de los Testimonios 1:381, 382 (1875). CRA 107.3