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Capítulo 21—Un matrimonio feliz y de éxito CPI 231

Dios ordenó que hubiese perfecto amor y armonía entre los que asumen la relación matrimonial. Comprométanse los novios, en presencia del universo celestial, a amarse mutuamente como Dios ordenó que se amen. La esposa ha de respetar y reverenciar a su esposo, y el esposo ha de amar y proteger a su esposa. CPI 231.1

Al comenzar la vida conyugal, tanto los hombres como las mujeres deben consagrarse de nuevo a Dios. CPI 231.2

Por mucho cuidado y prudencia con que se haya contraído el matrimonio, pocas son las parejas que han llegado a la perfecta unidad al realizarse la ceremonia de casamiento. La unión verdadera de ambos cónyuges es obra de los años subsiguientes. CPI 231.3

Cuando la pareja recién casada afronta la vida con sus cargas de perplejidades y cuidados, desaparece el aspecto romántico con que la imaginación suele tan a menudo revestir el matrimonio. Marido y mujer aprenden entonces a conocerse como no podían hacerlo antes de unirse. Este es el período más crítico de su experiencia. La felicidad y utilidad de toda su vida ulterior dependen de que asuman en ese momento una actitud correcta. Muchas veces cada uno descubre en el otro flaquezas y defectos que no sospechaban; pero los corazones unidos por el amor notarán también cualidades desconocidas hasta entonces. Procuren todos descubrir las virtudes más bien que los defectos. Muchas veces, nuestra propia actitud y la atmósfera que nos rodea determinan lo que se nos revelará en otra persona. CPI 231.4

Son muchos los que consideran la manifestación del amor como una debilidad, y permanecen en tal retraimiento que repelen a los demás. Este espíritu paraliza las corrientes de simpatía. Al ser reprimidos, los impulsos de sociabilidad y generosidad se marchitan y el corazón se vuelve desolado y frío. Debemos guardarnos de este error. El amor no puede durar mucho si no se le da expresión. No permitáis que el corazón de quienes os acompañen se agoste por falta de bondad y simpatía de parte vuestra. CPI 232.1

Ame cada uno de ellos al otro antes de exigir que el otro lo ame. Cultive lo más noble que haya en sí y esté pronto a reconocer las buenas cualidades del otro. El saberse apreciado es un admirable estímulo y motivo de satisfacción. La simpatía y el respeto alientan el esfuerzo por alcanzar la excelencia, y el amor aumenta al estimular la persecución de fines cada vez más nobles.1El hogar adventista (1894), 88-90, 92. CPI 232.2