Porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Mateo 23:8. ATO 72.1
Antes de iniciar cualquier tarea, los siervos de Dios deben orar a Dios con toda humildad y con plena conciencia de su dependencia de Dios, comprendiendo que deben ser dirigidos por su Espíritu. Deben estar en guardia para no erigirse en reyes, porque si hacen esto desagradarán al Señor y fracasarán en su trabajo. “Todos vosotros sois hermanos”. ATO 72.2
El ingenio del hombre, su criterio, su poder de realizar, todo proviene de Dios. Todo debiera ser dedicado al servicio de Dios. Los principios de la Biblia deben controlar a los siervos del Señor. Sus obreros deben hacer siempre justicia y juicio, guardando constantemente el camino del Señor. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. Mateo 6:33. Hagan de esto el blanco alrededor del cual se centre la vida, y entonces todas las cosas necesarias les serán dadas. Coloquen los intereses del Redentor antes que los de ustedes o los de cualquier ser humano. El los ha comprado, y todas las facultades que ustedes tienen le pertenecen. ATO 72.3
No hagan de ningún hombre su rey. ¿Quién es nuestro Rey? Aquel que es llamado “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Isaías 9:6. El es nuestro Salvador, nuestro Rey. Acudan siempre a El con sus cargas. No importa cuán grandes sean sus pecados, no teman ser rechazados. Si han injuriado a su hermano, vayan a él y confiésenle el mal que le han hecho. Cuando lo hayan hecho, podrán acudir al Rey pidiéndole perdón. El nunca se aprovechará de las confesiones que ustedes le hagan. Nunca los chasqueará. Ha comprometido su palabra de que perdonará las transgresiones, y los limpiará de toda contaminación. Los nombres de todos sus hijos están escritos en el libro de la vida. ATO 72.4
Recuerden que Cristo es nuestra única esperanza, nuestro único refugio. “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia”. 1 Pedro 2:24. “Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna”. Hebreos 9:13-15.—Manuscrito 3, del 1 de marzo de 1903, “A cada hombre su obra”.*Año bíblico: Deuteronomio 13-16. ATO 72.5