Otra vez se declaró la guerra entre Israel y los filisteos. “Se reunieron, pues, los filisteos, y vinieron a acampar en Sunem”, en la orilla norte de la llanura de Jezreel; mientras que Saúl y sus fuerzas acamparon solo a pocas millas de distancia, al pie del monte de Gilboa, en el borde meridional de la llanura. En esta llanura era donde Gedeón, con trescientos hombres, había derrotado a las huestes de Madián. Pero el espíritu que animaba al libertador de Israel era muy distinto del que agitaba ahora el corazón del rey. Gedeón salió al campo de batalla, fortalecido por su fe en el poderoso Dios de Jacob; mientras que Saúl se sentía solo e indefenso, porque Dios le había abandonado. Al mirar a lo lejos a las huestes filisteas, “tuvo miedo y se turbó sobremanera su corazón”. Véase 1 Samuel 28-31. PP 663.1
Saúl sabía que David y su fuerza estaban con los filisteos, y pensó que el hijo de Isaí aprovecharía esta oportunidad para vengarse de los agravios que había recibido. El rey estaba muy angustiado. Su propio odio irracional, al incitarle a destruir al escogido de Dios, había envuelto a la nación en tan grande peligro. Mientras se había empeñado en perseguir a David, había descuidado la defensa del reino. Los filisteos, aprovechándose de su condición desamparada, habían penetrado hasta el mismo corazón del país. Mientras Satanás instaba a Saúl a que empleara toda su energía para perseguir a David, su mismo espíritu maligno había inducido a los filisteos a que aprovecharan la oportunidad de labrar la ruina de Saúl, y derrocar al pueblo de Dios. ¡Cuán a menudo usa la misma política y el mismo procedimiento el gran enemigo! Trabaja sobre un corazón falto de consagración para encender la envidia y la lucha en la iglesia, y luego, aprovechándose de la condición dividida en que está el pueblo de Dios, mueve a sus agentes para que labren la ruina de dicho pueblo. PP 663.2
Al día siguiente, Saúl debía entablar batalla con los filisteos. Le rodeaban las oscuras sombras de la destrucción inminente; anhelaba tener ayuda y dirección. Pero era en vano que buscara el consejo de Dios. “Jehová no le respondió, ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas”. PP 664.1
Nunca se apartó el Señor de un alma que acudiera a él con sinceridad y humildad. ¿Por qué dejó a Saúl sin respuesta? Por sus propios actos, el rey había desechado los beneficios de todos los métodos de interrogar a Dios. Había rechazado el consejo de Samuel el profeta; había desterrado a David, el escogido de Dios; había dado muerte a los sacerdotes de Jehová. ¿Podía esperar que Dios le contestara, cuando había cortado por completo los medios de comunicación que había ordenado el cielo? Habiendo ahuyentado por sus pecados al Espíritu de gracia, ¿podía acaso recibir respuesta del Señor mediante sueños y revelaciones? PP 664.2
Saúl no se volvió a Dios con humildad y arrepentimiento. Lo que él buscaba no era el perdón de su pecado ni la reconciliación con Dios, sino que se lo librara de sus enemigos. Por su propia obstinación y rebelión, se había separado de Dios. No podía retornar a él sino por medio del arrepentimiento y de la contrición; pero el monarca orgulloso, en su angustia y desesperación, decidió solicitar ayuda de otra fuente. PP 664.3
Dijo entonces Saúl a sus siervos: “Buscadme una mujer que tenga espíritu de adivinación, para que vaya a consultar por medio de ella”. Saúl conocía perfectamente el carácter de la necromancia. Esta había sido expresamente prohibida por el Señor, y se había pronunciado sentencia de muerte contra todos los que practicaran sus artes inicuas. Mientras vivía Samuel, Saúl había mandado a matar a todos los magos y a los que tuviesen espíritu de adivinación; pero ahora, en un arrebato de desesperación, recurría al oráculo que él mismo había condenado como abominación. PP 664.4
Se le dijo al rey que una mujer que tenía espíritu de adivinación vivía oculta en Endor. Esta mujer había pactado con Satanás entregarse por completo a su dominio y cumplir sus propósitos; y en cambio, el príncipe del mal hacía milagros para ella, y le revelaba cosas secretas. PP 665.1
Disfrazándose, Saúl salió protegido por las sombras de la noche con solo dos acompañantes, para buscar el retiro de la pitonisa. ¡Oh! ¡cuánta lástima inspira esta escena hacia el rey de Israel conducido cautivo a voluntad de Satanás! ¡Cuán oscuro es el sendero que elige para sus pies el que insistió en hacer su propia voluntad, y resistió a la santa influencia del Espíritu de Dios! ¡Cuán terrible es la servidumbre del que se entrega al dominio del peor de los tiranos, a saber, él mismo! La confianza en Dios, y la obediencia a su voluntad, eran las únicas condiciones bajo las cuales Saúl podía ser rey de Israel. Si hubiera cumplido con estas condiciones durante todo su reinado, su reino habría estado seguro; Dios habría sido su guía, el Omnipotente su escudo. Dios había soportado mucho tiempo a Saúl; y aunque su rebelión y su obstinación casi habían acallado la voz divina en su alma, aun tenía oportunidad de arrepentirse. Pero cuando en su peligro se apartó de Dios para obtener luz de una aliada de Satanás, cortó el último vínculo que lo ataba a su Creador; se puso completamente bajo el dominio de aquel poder diabólico que desde hacía muchos años se ejercía sobre él, y lo había llevado al mismo borde de la destrucción. PP 665.2
Bajo la protección de las tinieblas nocturnas, Saúl y sus asistentes avanzaron a través de la llanura, y dejando sin tropiezo a un lado la hueste filistea, cruzaron la montaña para llegar al solitario domicilio de la pitonisa de Endor. Allí se había ocultado la adivina para continuar secretamente la práctica de sus encantamientos profanos. Aunque Saúl estaba disfrazado, su elevada estatura y regio porte indicaban que no era un soldado común. La mujer sospechó que el visitante era Saúl, y los ricos regalos que le ofreció reforzaron sus sospechas. Al pedido que le dirigió: “Te ruego que me adivines, por el espíritu de adivinación, y hagas venir a quien yo te diga. La mujer le respondió: “Bien sabes lo que Saúl ha hecho, cómo ha extirpado de la tierra a los evocadores y a los adivinos. ¿Por qué, pues, me pones esta trampa para hacerme morir?” Entonces Saúl le juró por Jehová: “¡Vive Jehová!, que ningún mal te sobrevendrá por esto””. Y cuando ella dijo: “¿A quién te haré venir?” contestó él: “A Samuel”. PP 665.3
Después de practicar sus encantamientos, ella le dijo: “He visto dioses que suben de la tierra [...]. Un hombre anciano viene, cubierto de un manto. Comprendió Saúl que era Samuel, y cayendo rostro en tierra, hizo una gran reverencia”. 1 Samuel 28:13, 14. PP 666.1
No fue el santo profeta de Dios el que vino, evocado por los encantamientos de la pitonisa. Samuel no estuvo presente en aquella guarida de los espíritus malos. Aquella aparición sobrenatural fue producida solamente por el poder de Satanás. Le resultó tan fácil asumir entonces la forma de Samuel como tomar la de un ángel de luz cuando tentó a Cristo en el desierto. PP 666.2
Las primeras palabras de la mujer cuando estuvo bajo la influencia de su encantamiento se dirigieron al rey: “¿Por qué, pues, me pones esta trampa para hacerme morir?” De modo que el primer acto del espíritu malo que se presentó como el profeta consistió en comunicarse secretamente con esta mujer impía, para advertirla de cómo se la había engañado. El mensaje que el profeta fingido le dio a Saúl fue: “¿Por qué me has inquietado haciéndome venir? Saúl respondió: “Estoy muy angustiado, pues los filisteos pelean contra mí. Dios se ha apartado de mí y ya no me responde, ni por medio de los profetas ni por sueños; por esto te he llamado, para que me digas lo que debo hacer””. PP 666.3
Mientras vivía Samuel, Saúl había menospreciado su consejo, y manifestado resentimiento por sus reproches. Pero ahora, en la hora de su aflicción y calamidad, consideró la dirección del profeta como la única esperanza, y para comunicarse con el embajador del cielo, recurrió en vano a la mensajera del infierno. Saúl se había colocado totalmente en poder de Satanás; y ahora aquel que se deleita únicamente en causar miseria y destrucción aprovechó bien la oportunidad para labrar la ruina del desgraciado rey. En respuesta a la súplica de Saúl en su agonía, recibió de los supuestos labios de Samuel el terrible mensaje: PP 666.4
“¿Para qué me preguntas a mí, si Jehová se ha apartado de ti y es tu enemigo? Jehová te ha hecho como predijo por medio de mí, pues Jehová ha arrancado el reino de tus manos y lo ha dado a tu compañero, David. Como tú no obedeciste a la voz de Jehová, ni atendiste al ardor de su ira contra Amalec, por eso Jehová te ha hecho esto hoy. Junto contigo, Jehová entregará a Israel en manos de los filisteos; mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos. Jehová entregará también al ejército de Israel en manos de los filisteos”. PP 666.5
A través de toda su carrera de rebelión, Saúl había sido halagado y engañado por Satanás. Es tarea del tentador empequeñecer el pecado, hacer el sendero de la transgresión fácil y agradable, cegar la mente a las advertencias y las amenazas del Señor. Satanás, por su poder hechicero, había inducido a Saúl a justificarse en desafío de las reprensiones y advertencias de Samuel. Pero ahora, en su extrema necesidad, se volvía contra él, presentándole la enormidad de su pecado y la imposibilidad de esperar perdón y llevarlo a la desesperación. No podría haber elegido una mejor manera para destruir su valor y confundir su juicio, o para inducirle a desesperarse y a destruirse él mismo. PP 667.1
El cansancio y el ayuno habían debilitado a Saúl, que se sentía, además, aterrorizado y atormentado por su conciencia. Cuando oyó aquella espantosa predicción, su cuerpo osciló como una encina ante la tempestad, y cayó postrado en tierra. PP 667.2
La pitonisa se llenó de alarma. El rey de Israel yacía ante ella como muerto. ¿Cuáles serían las consecuencias para ella, si perecía en su retiro? Le pidió que se levantara y comiera algo, alegando que como ella había puesto en peligro su vida al otorgarle lo que deseaba, él debía ceder a la súplica de ella para conservar su propia vida. Los criados de Saúl unieron sus súplicas a las de la pitonisa; el rey cedió por fin, y la mujer puso en su mesa el “ternero grueso” y el pan sin levadura que preparó apresuradamente. ¡Qué escena aquella! En la rústica cueva de la pitonisa, donde poco antes habían resonado las palabras de condenación, y en presencia de la mensajera de Satanás, el que había sido ungido por Dios como rey de todo Israel se sentó a comer, en preparación para la lucha mortal del día que se avecinaba. PP 667.3
Antes del amanecer volvió con sus acompañantes al campamento israelita, a fin de hacer preparativos para el combate. Al consultar aquel espíritu de las tinieblas, Saúl se había destruido. Oprimido por los horrores de la desesperación, le iba a resultar imposible inspirar ánimo a su ejército. Separado de la Fuente de fortaleza, no podía dirigir la mente de Israel para que buscara y mirara a Dios como su ayudador. De esta manera la predicción del mal iba a labrar su propio cumplimiento. PP 667.4
En las llanuras de Sunem y en las laderas del monte Gilboa, los ejércitos de Israel y las huestes filisteas se trabaron en mortal combate. Aunque la temible escena de la cueva de Endor había ahuyentado toda esperanza de su corazón, Saúl luchó con valor desesperado por su trono y por su reino. Pero fue en vano. “Los de Israel, huyendo ante los filisteos, cayeron muertos en el monte Gilboa”. Tres hijos valerosos del rey perecieron a su lado. PP 667.5
Los arqueros apremiaban más y más a Saúl. Había visto a sus soldados caer en derredor suyo, y a sus nobles hijos abatidos por la espada. Herido él mismo, ya no podía pelear ni huir. Le era imposible escapar, y resuelto a no ser capturado vivo por los filisteos, ordenó a su escudero: “Saca tu espada, y traspásame con ella”. Cuando el hombre se negó a levantar la mano contra el ungido del Señor, Saúl se quitó él mismo la vida dejándose caer sobre su propia espada. Así pereció el primer rey de Israel cargando su alma con la culpa del suicidio, Su vida había fracasado y cayó sin honor y desesperado, porque había opuesto su perversa voluntad a la de Dios. PP 668.1
Las noticias de la derrota cundieron por todas partes e infundieron terror a todo Israel. El pueblo huyó de las ciudades, y los filisteos tomaron posesión de ellas sin molestia alguna. El reinado de Saúl, independiente de Dios, casi había resultado en la ruina de su pueblo. PP 668.2
Al día siguiente de la lucha, mientras los filisteos examinaban el campo de batalla para despojar a los muertos, descubrieron los cuerpos de Saúl y de sus tres hijos. Para completar su triunfo, cortaron la cabeza de Saúl y quitaron la armadura del resto de su cuerpo; luego esta cabeza sangrienta y la armadura fueron enviadas al país de los filisteos como trofeo de victoria, “para que llevaran las buenas noticias al templo de sus ídolos y al pueblo”. La armadura fue por fin colocada en el “templo de Astarot”, mientras que la cabeza fue fijada en el templo de Dagón. Así se dio la gloria de la victoria al poder de los dioses falsos y se deshonró el nombre de Jehová. PP 668.3
Los cadáveres de Saúl y de sus hijos fueron arrastrados a Bet-san, ciudad que no estaba muy lejos de Gilboa, y cerca del río Jordán. Allí fueron colgados con cadenas para que los devoraran las aves de rapiña. Pero los hombres valientes de Jabes de Galaad, recordando cómo Saúl había liberado su ciudad en años anteriores y más felices, manifestaron su gratitud rescatando los cadáveres del rey y de los príncipes, y dándoles sepultura honorable. Cruzando el Jordán durante la noche, “quitaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos del muro de Bet-sán, y llevándolos a Jabes los quemaron allí. Tomaron sus huesos, los sepultaron debajo de un árbol en Jabes y ayunaron siete días”. Así fue como una acción noble, realizada hacía cuarenta años, aseguró para Saúl y sus hijos que los enterraran manos tiernas y misericordes en aquella hora negra de la derrota y de la deshonra. PP 668.4