Este capítulo está basado en 2 Samuel 2 a 5:5.
La muerte de Saúl eliminó los peligros que habían obligado a David a permanecer en el destierro. Ya no había nada que le impidiera volver a su tierra. Cuando terminaron los días de luto por la muerte de Saúl y Jonatán, “David consultó a Jehová diciendo: “¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá?” Jehová le respondió: “Sube”. David volvió a preguntar: “¿A dónde subiré?” “A Hebrón””. Véase 2 Samuel 2-4; 5:1-10. PP 687.1
Hebrón se hallaba a unos treinta kilómetros al norte de Beer-seba, y como a medio camino entre esa ciudad y el sitio futuro de Jerusalén. Originalmente se la llamaba Kiriat-Arba, “ciudad de Arba”, padre de Anac. Más tarde fue llamada Mamré, y era el sitio donde estaban sepultados los patriarcas, en “la cueva de Macpela”. Hebrón había sido posesión de Caleb, y era ahora la ciudad principal de Judá. Estaba situada en un valle rodeado de fértiles colinas y tierras fructíferas. Los viñedos más hermosos de Palestina se encontraban en sus linderos, así como también muchos olivares y plantaciones de árboles frutales. PP 687.2
David y sus compañeros se dispusieron inmediatamente a obedecer las instrucciones que habían recibido de Dios. Pronto los seiscientos hombres armados, con sus esposas e hijos, sus rebaños y manadas, estaban en camino hacia Hebrón. Al entrar la caravana en la ciudad, los hombres de Judá la aguardaban para dar la bienvenida a David y saludarlo como al futuro rey de Israel. En seguida se hicieron arreglos para su coronación. “Y ungieron allí a David por rey sobre la casa de Judá”. Pero no se hizo ningún esfuerzo para establecer su autoridad por medio de la fuerza sobre las otras tribus. PP 688.1
Uno de los primeros actos del monarca recién coronado consistió en expresar su tierna consideración y afecto por la memoria de Saúl y Jonatán. Al saber del acto heroico de los hombres de Jabes de Galaad, que habían rescatado los cuerpos de los jefes caídos en la batalla y les habían dado sepultura honorable, David envió a Jabes una embajada con el siguiente mensaje: “Benditos seáis vosotros de Jehová, por haber hecho esta obra de misericordia con vuestro señor, con Saúl, dándole sepultura. Ahora, pues, que Jehová os trate con misericordia y verdad. También yo os trataré bien por esto que habéis hecho”. Anunció luego su ascensión al trono de Judá, y solicitó la lealtad de quienes habían demostrado tanta sinceridad. PP 688.2
Los filisteos no se opusieron al acuerdo de Judá para hacer rey a David. Le habían manifestado amistad cuando estaba desterrado, para molestar y debilitar el reino de Saúl, y ahora esperaban que, gracias a la bondad que habían mostrado a David, los beneficiaría la extensión de su poder. Pero el reinado de David no había de ser exento de dificultades. Con su coronación empezaron los anales negros de la conspiración y de la rebelión. David no se sentó en el trono como traidor; Dios lo había escogido para ser rey de Israel, y no había dado ocasión para la desconfianza o la oposición. Sin embargo, apenas reconocieron su autoridad los hombres de Judá, cuando bajo la influencia de Abner, Is-boset, el hijo de Saúl, fue proclamado rey, y se estableció un trono rival en Israel. PP 688.3
Is-boset no era sino un débil e incompetente representante de la casa de Saúl, en tanto que David era preeminentemente capacitado para desempeñar las responsabilidades del reino. Abner, el principal instrumento de la elevación de Is-boset al poder regio, había sido comandante en jefe del ejército de Saúl, y era el hombre más distinguido de Israel. Abner sabía que David había sido designado por el Señor para ocupar el trono de Israel, pero como lo había buscado y perseguido por tanto tiempo, no quería ahora que el hijo de Isaí sucediera en el reino que Saúl había gobernado. PP 688.4
Las circunstancias que rodeaban a Abner sirvieron para desenmascarar su verdadero carácter, y revelaron que era ambicioso y falto de principios. Había estado vinculado estrechamente con Saúl, y en él había influido el espíritu del rey para hacerle despreciar al hombre que Dios había escogido para que gobernara a Israel. El odio que le tenía había aumentado por el mordaz reproche que David le había dirigido cuando quitó del lado de Saúl el jarro de agua y la lanza del rey, mientras éste dormía en su campamento. Recordaba cómo David había gritado a oídos del rey y del pueblo de Israel: “¿No eres tú un hombre? ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has guardado al rey tu señor? [...] Esto que has hecho no está bien. ¡Vive Jehová!, que sois dignos de muerte, porque no habéis guardado a vuestro señor, al ungido de Jehová”. 1 Samuel 26:15, 16. Este reproche se había clavado en su pecho; decidió llevar a cabo sus propósitos de venganza, y crear una división en Israel que pudiera exaltarle. Se valió de los representantes del monarca fallecido para fomentar sus ambiciones y fines egoístas. Sabía que el pueblo amaba a Jonatán, que se le recordaba con afecto, y las primeras campañas victoriosas de Saúl no habían sido olvidadas por el ejército. Con una decisión digna de una causa mejor, este jefe rebelde siguió adelante con sus planes. PP 689.1
Como residencia real, eligió Mahanaim, localidad situada al otro lado del Jordán, porque ofrecía más seguridad contra un ataque de parte de David o los filisteos. Allí se realizó la coronación de Is-boset. Su reinado fue aceptado primeramente por las tribus del este del Jordán, y se extendió finalmente por toda la tierra de Israel a excepción de Judá. Durante dos años el hijo de Saúl gozó de los honores reales en su capital aislada. Pero Abner, decidido a extender su poder sobre todo Israel, preparó una guerra de agresión. “Hubo una larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David; pero David se iba fortaleciendo, mientras que la casa de Saúl se iba debilitando”. 2 Samuel 3:1. PP 689.2
Por último, la perfidia derrocó el trono que la malicia y la ambición habían establecido. Abner, indignado contra la debilidad y la incompetencia de Is-boset, desertó y se pasó a las filas de David, con el ofrecimiento de traerle todas las tribus de Israel. Las propuestas que hizo Abner fueron aceptadas por el rey, quien lo despachó con honor para que llevara a cabo su propósito. Pero el favorable recibimiento de un guerrero tan valiente y tan famoso despertó los celos de Joab, el comandante en jefe del ejército de David. Había pendiente una cuenta de sangre entre Abner y Joab. El hermano de este, Asael, había sido muerto por aquél, durante la guerra entre Israel y Judá. Ahora Joab, viendo una oportunidad de vengar la muerte de su hermano y de deshacerse de un posible rival, vilmente aprovechó la oportunidad de acechar y asesinar a Abner. PP 689.3
Al saber de este asalto alevoso, David exclamó: “Yo y mi reino somos inocentes delante de Jehová, para siempre, de la sangre de Abner hijo de Ner. Caiga sobre la cabeza de Joab, y sobre toda la casa de su padre”. En vista de la condición inestable del reino, y del poder y la posición de los asesinos -pues Abisaí, hermano de Joab, se le había unido en el hecho,- David no pudo castigar el crimen con justa retribución; pero repudió públicamente el aborrecible hecho sangriento. El entierro de Abner se hizo con honores públicos. Se requirió del ejército encabezado por Joab, que tomara parte en los funerales, con hábitos rasgados y vistiendo sacos. El rey manifestó su dolor ayunando durante el día del entierro. Siguió el féretro como principal doliente; y en la tumba de él pronunció una elegía que fue un duro reproche para los asesinos. “Entonces el rey entonó este lamento por Abner: PP 690.1
“¿Había de morir Abner como muere un villano?
Tus manos no estaban atadas ni tus pies sujetos con grillos.
Caíste como los que caen ante malhechores””. PP 690.2
El reconocimiento magnánimo por parte de David del valor de quien había sido su enemigo acérrimo, le ganó la confianza y la admiración de todo Israel. “Todo el pueblo lo supo y le agradó; pues todo lo que el rey hacía agradaba a todo el pueblo. Y supo aquel día todo el pueblo y todo Israel, que el rey no había tenido participación en la muerte de Abner hijo de Ner”. En el círculo privado de sus consejeros y asistentes de confianza, el rey habló del crimen, y, reconociendo que no le era posible castigar a los asesinos, como lo deseaba, les dejó a la justicia de Dios: “¿No sabéis que un príncipe y un grande ha caído hoy en Israel? Aunque ungido rey, me siento débil hoy; pero estos hombres, los hijos de Sarvia, son más duros que yo. ¡Que Jehová le pague al que mal hace conforme a su maldad!” PP 690.3
Abner había sido sincero en sus ofrecimientos a David, pero sus móviles eran viles y egoístas. Se había opuesto obstinadamente al rey que Dios había designado, con la esperanza de obtener mucho honor para sí. El resentimiento, el orgullo herido y la ira fueron los motivos que lo indujeron a abandonar la causa que por tanto tiempo había servido; y al pasarse a las filas de David esperaba recibir el puesto de más honor en su servicio. Si hubiera tenido éxito en su propósito, sus talentos y su ambición, su gran influencia y su falta de piedad, habrían hecho peligrar el trono de David así como la paz y prosperidad de la nación. PP 690.4
“Luego que el hijo de Saúl supo que Abner había muerto en Hebrón, las manos se le debilitaron, y todo Israel se sintió atemorizado”. Era evidente que el reino no podría sostenerse ya mucho más. Muy pronto otro acto de traición completó la caída del poder decreciente. Is-boset fue asesinado alevosamente por dos de sus capitanes, quienes, cortándole la cabeza, se apresuraron a llevársela al rey de Judá, esperando así congraciarse con él y ganar su favor. PP 691.1
Se presentaron a David con el testimonio sangriento de su crimen, diciendo: “Aquí tienes la cabeza de Is-boset hijo de Saúl, tu enemigo, que procuraba matarte. Jehová ha vengado hoy a mi señor, el rey, de Saúl y de su linaje”. PP 691.2
Pero David cuyo trono había sido establecido por Dios mismo, y a quien Dios había librado de sus adversarios, no deseaba la ayuda de la traición para establecer su poder. Mencionó a estos asesinos la suerte fatal que impuso al que se jactara de haber dado muerte a Saúl. “¿Cuánto más a los malos hombres [he de matar] que mataron a un hombre justo en su casa y sobre su cama? Ahora, pues, ¿no he de demandar yo su sangre de vuestras manos, y quitaros de la tierra? Entonces David dio una orden a sus servidores, que los mataron [...]. Luego tomaron la cabeza de Is-boset, y la enterraron en el sepulcro de Abner, en Hebrón”. PP 691.3
Después de la muerte de Is-boset, hubo entre todos los hombres principales de Israel el deseo general de que David reinase sobre todas las tribus. “Vinieron todas las tribus de Israel adonde estaba David en Hebrón y le dijeron: “Mira, hueso tuyo y carne tuya somos””. Declararon además: “Eras tú quien sacabas a Israel a la guerra, y lo volvías a traer. Además, Jehová te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás quien gobierne a Israel”. Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel ante el rey en Hebrón. El rey David hizo un pacto con ellos allí delante de Jehová”. Así fue abierto por la providencia de Dios el camino que lo condujo al trono. No tenía ambición personal que satisfacer, puesto que no había buscado el honor al cual se le había llevado. PP 691.4
Más de ocho mil de los descendientes de Aarón y de los levitas acompañaban a David. El cambio que experimentaron los sentimientos del pueblo fue pronunciado y decisivo. La revolución se llevó a cabo con calma y dignidad como convenía a la gran obra que se estaba haciendo. Cerca de medio millón de los antiguos súbditos de Saúl llenaron Hebrón y sus inmediaciones. Las colinas y los valles rebosaban de multitudes. Se designó la hora para la coronación; el hombre que había sido expulsado de la corte de Saúl, que había huido a las montañas, las colinas y las cuevas de la tierra para salvar la vida iba a recibir el honor más alto que puedan conferir a hombre alguno sus semejantes. Los sacerdotes y los ancianos, vestidos con los hábitos de su sagrado oficio, los capitanes y los soldados con relumbrantes lanzas y yelmos, y los forasteros de lejanas comarcas, estaban allí para presenciar la coronación del rey escogido. PP 692.1
David estaba vestido con el manto real. El sumo sacerdote derramó el aceite sagrado sobre su frente, pues la unción hecha por Samuel había sido profética de lo que sucedería en la coronación del rey. La hora había llegado, y por este rito solemne David fue consagrado en su cargo como vicegerente de Dios. El cetro fue puesto en sus manos. Se escribió el pacto de su justa soberanía, y el pueblo formuló sus promesas de lealtad. Se le colocó la diadema en la frente, y así terminó la ceremonia de la coronación. Israel tenía ahora un rey designado por Dios. El que había esperado pacientemente al Señor, vio cumplirse la promesa de Dios. “E iba David adelantando y engrandeciéndose, y Jehová Dios de los ejércitos estaba con él”. 2 Samuel 5:10. PP 692.2