En su ministerio público, Elena G. de White solía hacer apelaciones y llamados que requerían una respuesta por parte de la audiencia. A continuación se presentan diversas circunstancias en las que ella consideró conveniente hacer un llamado. HD 239.1
Durante los primeros tiempos en Battle Creek—Asistí a la reunión en la Iglesia de Battle Creek. Aproximadamente durante una hora hablé con libertad a los hermanos acerca de que la caída de Adán trajo desgracia y muerte, y que Cristo trajo a la luz la vida y la inmortalidad mediante su humillación y muerte. Sentí que debía instar a la gente en cuanto a la necesidad de una entera consagración a Dios: la santificación del ser entero, alma, cuerpo y espíritu. Hablé de la muerte de Moisés y la visión que tuvo de la tierra prometida de Canaán. Hubo profundidad de sentimiento en la congregación [...]. En la reunión esa noche, llamé al frente a los que tenían un deseo de ser cristianos. Se adelantaron trece. Todos dieron testimonio para el Señor. Fue una buena obra (Diario, 12 de enero de 1868).—Mensajes Selectos 1:167. HD 239.2
Un ferviente trabajo en Míchigan—Se celebraron reuniones todo el día. Mi esposo habló en la mañana; el Hno. Andrews en la tarde. Entonces presenté mis reflexiones bastante largas, suplicando a los que se habían interesado por las reuniones que comenzaran a servir a Dios desde ese día. Llamamos al frente a los que deseaban comenzar en el servicio del Señor. Vino adelante un buen número. Hablé varias veces, suplicando a las almas que rompieran las ataduras de Satanás y comenzaran entonces. Una madre fue a su hijo y lloró y le suplicó. Parecía duro, terco e inflexible. Entonces me levanté, me dirigí al Hno. D y le rogué que no se interpusiera en el camino de sus hijos. Él se sobresaltó, se levantó, habló y dijo que comenzaría desde ese día. Con corazón alegre, todos oyeron eso. El Hno. D es un hombre de gran valor. HD 240.1
Entonces se levantó el esposo de la Hna. E, testificó que quería ser cristiano. Es un hombre de influencia: abogado. Su hija estaba inquieta en el asiento. El Hno. D entonces añadió sus súplicas a las nuestras. La Hna. D también [suplicó] a sus hijos. Suplicamos y al fin prevalecimos. Todos pasaron adelante. Los padres y todos los hijos y otros padres siguieron su ejemplo. Fue un día de alegría. La Hna. E dijo que era el día más feliz de su vida (Diario, 19 de febrero de 1868).—Mensajes Selectos 1:167-168. HD 240.2
Buena respuesta—Hablé en la tarde acerca de 2 Pedro. Hablé con libertad. Después de hablar una hora, invité que se adelantaran los que querían ser cristianos. Pasaron adelante entre treinta y cuarenta, tranquilamente, sin excitación, y ocuparon los asientos delanteros. Les hablé de hacer una entrega completa a Dios. Pasamos unos momentos orando por los que se habían adelantado. Tuvimos unos preciosos momentos de oración. Pedimos que los que querían ser bautizados, lo manifestaran levantándose. Se levantó un buen número (Diario, 9 de junio de 1873).—Selected Messages 1:168. HD 240.3
Una respuesta después de alguna vacilación—Hablé en la tarde [en Stanley, Virginia] de Juan 17:3. El Señor me dio abundantemente de su Espíritu Santo. El local estaba lleno. Pedí que pasaran adelante los que querían buscar al Señor más fervientemente y también los que querían entregarse al Señor como un sacrificio pleno. Por un tiempo, nadie se movió, pero después muchos pasaron adelante y dieron testimonios de confesión. Pasamos preciosos momentos en oración y todos se sintieron quebrantados, llorando y confesando sus pecados. ¡Ojalá todos pudieran entender! (Diario, 9 de noviembre de 1890).—Selected Messages 1:168-169. HD 240.4
Los comienzos de la obra en Suiza—Las reuniones del sábado y del domingo fueron momentos preciosos para aquellos que asistieron. El Señor bendijo especialmente la reunión del domingo por la tarde. Todos escuchaban con el más profundo interés. Al final, se hizo la invitación a todos aquellos que deseaban ser cristianos, y que sentían que no habían tenido una comunión viva con Dios, que pasaran al frente para unir nuestras oraciones con las de ellos a fin de pedir el perdón de sus pecados y gracia para resistir la tentación. Era una nueva experiencia para muchos de estos hermanos en Europa, pero no dudaron en hacerlo. Parecía que toda la congregación se había puesto de pie. Lo mejor que pudieron hacer fue sentarse nuevamente y buscar juntos al Señor en oración. He aquí una congregación entera que manifestaba su determinación de dejar el pecado y buscar fervientemente a Dios [...]. HD 241.1
Después de la oración, se dieron 115 testimonios. Muchos de ellos demostraron una genuina experiencia en las cosas de Dios.—The Review and Herald, 3 de noviembre de 1885. HD 241.2
Una visita a Cristianía (ahora Oslo), Noruega—Pasamos dos semanas en Cristianía y trabajamos fervientemente por la iglesia. El Espíritu de Dios me movió a dar un testimonio muy claro. Especialmente durante la última reunión les presenté la necesidad de un cambio completo en el carácter si querían ser hijos de Dios. En relación con los cultos, les dije que cuando venían ante el Señor, debían hacerlo con corazones subyugados y reverentes. La casa de culto era un lugar sagrado, no un lugar para manifestar malicia, crítica, descontento y amargura. Los insté a que comprendieran la necesidad de un profundo arrepentimiento, la confesión y el abandono de los pecados que habían ahuyentado al dulce Espíritu de Cristo de la iglesia. Llamamos entonces para que pasaran al frente los que querían colocarse decididamente del lado del Señor. Muchos respondieron. Se hicieron algunas buenas confesiones y se presentaron fervientes testimonios.—The Review and Herald, 19 de octubre de 1886. HD 241.3
Recuperación de apóstatas en Basilea, Suiza—El sábado 19 de febrero, hablé a la gente a las nueve de la mañana. El Señor me concedió su Santo Espíritu para hablarles de las tentaciones de Cristo en el desierto. A las tres de la tarde, volvimos para una reunión de testimonios. Les hablé nuevamente de la necesidad de contemplar más tiempo los sufrimientos de Cristo y solidarizarnos con él. Entonces pedí a los que deseaban que se orara por ellos que pasaran al frente. El lugar se llenó rápidamente y mi corazón se conmovió cuando vi a toda la congregación de pie. Les pedí que se sentaran donde estaban y que buscáramos al Señor juntos. Antes de la oración, se dieron muchos testimonios en rápida sucesión y con profundo sentimiento. Se notaba que el Espíritu de Dios había tocado los corazones; hubo confesiones y lágrimas. Nos alegramos de ver esas manifestaciones, pues es justamente lo que el pueblo necesita para humillar sus corazones y confesar sus pecados ante Dios. Y el Señor aceptará su arrepentimiento y sus esfuerzos por buscarlo. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9.—The Review and Herald, 19 de abril de 1887. HD 241.4
Un caso notable en Australia—El sábado 25 de mayo tuvimos una hermosa experiencia en el salón donde nuestro pueblo se reunía en el norte de Fitzroy. Varios días antes de la reunión se me había pedido que hablara a la iglesia el sábado, pero desafortunadamente tenía un fuerte resfrío y estaba afónica. Sentía deseos de excusarme por mi salud. Pero siendo que era mi única oportunidad, pensé: “Voy a presentarme delante del pueblo creyendo que Dios responderá mis fervientes oraciones y sanará mi afonía a fin de poder presentar el mensaje a la gente”. Le recordé a mi Padre su promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá [...]. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará buenas cosas a los que le pidan?”. Y nuevamente Cristo dice: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Mateo 7:7-8; Juan 14:13. HD 242.1
La Palabra de Dios es segura; lo había pedido, y creía que sería capacitada para hablar a la gente. Había seleccionado una porción de la Escritura, pero cuando me puse en pie para hablar se me fue de la mente, y fui impresionada a referirme al primer capítulo de la segunda carta del apóstol Pedro. Y el Señor me dio plena libertad para hablar del valor de la gracia de Dios. ¡Cuánto debemos apreciar su gracia! El apóstol dice: “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones”. 2 Pedro 1:2-4. HD 242.2
Al final de la predicación me sentí impresionada por el Espíritu de Dios a extender una invitación a todos los que deseaban entregarse plenamente al Señor, que pasaran al frente [...]. Lo hicieron cerca de treinta personas, entre ellas las esposas de dos hermanos que por primera vez manifestaban su deseo de acercarse a Dios. Mi corazón se llenó de gratitud a Dios por la decisión de estas dos mujeres. Entonces comprendí por qué había sido impresionada a hacer esa invitación. Al principio dudé en hacerla debido a que solamente mi hijo y yo estábamos allí para ayudar a los que pasaran. Pero sentí como si una voz me hubiera hablado, y el pensamiento llegó a mi mente: “¿No puedes confiar en el Señor?” Entonces respondí: “Lo haré, Señor”. HD 243.1
Aunque mi hijo se mostró muy sorprendido de que hiciera tal llamado en esa ocasión, estuvo listo para responder. Nunca lo escuché hablar con tanto poder y sentimiento como en esa ocasión. Llamó a los Hnos. Faulkhead y Salisbury al frente, y nos arrodillamos en oración. Mi hijo hizo la primera oración, y seguramente el Señor aceptó su petición, porque la hizo como si estuviera en la misma presencia de Dios. Los dos hermanos también elevaron fervientes oraciones, y cuando me tocó el turno a mí, el Señor nuevamente me dio la voz para orar. Recordé en mi oración a las dos hermanas que por primera vez habían hecho su decisión pública por la verdad. El Espíritu Santo estaba en la reunión y muchos fueron conmovidos por sus llamados. HD 243.2
Al finalizar la reunión, muchos llegaron hasta la plataforma para tomarnos de la mano y pedir con lágrimas que oráramos por ellos. Les prometí hacerlo. Entonces nos presentaron a las hermanas que habían tomado su decisión; hallé que sus corazones eran muy tiernos [...]. HD 243.3
La madre de una de estas hermanas que se habían decidido públicamente por la verdad, había sido una amarga opositora, y había amenazado a su hija que si decidía guardar el sábado, no le permitiría entrar más a su casa puesto que la consideraría una desgracia para la familia. HD 243.4
La misma hermana que ahora había tomado la decisión, había declarado que nunca se uniría a los adventistas. Había sido criada en la fe presbiteriana, y había sido educada a pensar que era impropio que una mujer hablara en la iglesia, y mucho menos que predicara. Había gozado las predicaciones de los pastores Daniells y Corliss, y pensaba que eran buenos predicadores; pero ella nunca escucharía a una mujer predicadora. En cambio, su esposo le había pedido al Señor que arreglara las cosas de tal manera que ella pudiera ser convertida mediante el ministerio de la Hna. White. HD 243.5
Cuando hice el llamado e invité a todos los que quisieran acercarse a Dios a que pasaran al frente, para sorpresa de todos, estas dos hermanas lo hicieron. La hermana que había perdido a su pequeña criatura, mencionó posteriormente que estaba determinada a no aceptar el llamado; pero el Espíritu de Dios había impresionado su mente con tal fuerza, que no se animó a rechazarlo [...]. HD 244.1
Me siento tan agradecida a mi Padre celestial por su amor y bondad al traer a estas dos preciosas almas para que se unieran a sus esposos en obedecer la verdad.—The Review and Herald, 30 de julio de 1895. HD 244.2
Un trabajo similar en cada iglesia—El sábado 10 de noviembre visité San Francisco, y hablé a una iglesia llena de gente que tenía oídos para oír y corazones para entender. Parecían estar hambrientos de la Palabra del Señor, y creo que tenían un propósito definido al escucharla. Mientras hablaba las palabras de vida en un lenguaje simple y claro, sentía que Jesús estaba con nosotros tocando y subyugando los corazones. Evidentemente el Espíritu Santo estaba obrando; ¡Oh, cómo mi corazón rogaba por esas preciosas almas a quienes estaba invitando a mirar a Jesús y vivir! HD 244.3
Al terminar de hablar, el pastor Corliss invitó a todos los que quisieran entregarse a Jesús, que pasaran al frente. La respuesta fue rápida y feliz, y se me dijo que cerca de doscientas personas lo hicieron; hombres y mujeres, jóvenes y niños se apretujaban en las bancas del frente. El Señor desearía que una obra similar pudiera hacerse en cada iglesia. HD 244.4
Muchos no pudieron acercarse al frente porque la iglesia estaba colmada; pero en sus rostros felices y en sus lágrimas parecían decir: “Quiero estar del lado del Señor; de ahora en adelante voy a procurar con fervor alcanzar una norma más alta”.—The Review and Herald, 12 de febrero de 1901. HD 244.5
En el Congreso de la Asociación General de 1909—Mis hermanos y hermanas, buscad al Señor mientras pueda ser hallado. Viene un período cuando los que han malgastado su tiempo y oportunidades desearán haber buscado al Señor [...]. Él quiere que os mantengáis de parte de la razón y del trabajo. Quiere que vayáis a vuestras iglesias para trabajar fervientemente para él. Quiere que organicéis reuniones para los que no pertenecen a la iglesia, a fin de que conozcan las verdades de este último mensaje de amonestación. Hay lugares donde seréis recibidos con alegría, donde las almas os agradecerán por ir en su ayuda. El Señor os ayude a ocuparos de esa obra como nunca lo habéis hecho antes. ¿Haréis esto? ¿Os pondréis de pie aquí y testificaréis de que haréis de Dios vuestra confianza y vuestro ayudador? [La congregación se levanta]. HD 244.6
[Orando] Te agradezco, Señor Dios de Israel. Acepta esta promesa de estos tus hijos. Pon tu Espíritu sobre ellos. Veamos la salvación de Dios mientras hablen la palabra de verdad. Amén.—Mensajes Selectos 1:176-177. HD 245.1