Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2. EJ 247.1
Por el gozo que le fue propuesto, Cristo soportó la cruz... murió en la cruz como sacrificio por el mundo, y gracias a este sacrificio tenemos acceso a la mayor bendición que Dios pudiera haber derramado: el don del Espíritu Santo. Esta bendición es para todos los que reciban a Cristo. El mundo caído es el campo de batalla donde se lleva a cabo el mayor conflicto que el universo celestial y los poderes terrenales hayan observado jamás. Fue designado como el escenario donde se pelearía la batalla colosal entre el bien y el mal, entre el cielo y el infierno. En este conflicto cada ser humano tiene una parte que desarrollar. Nadie puede mantenerse en un terreno neutral. Los seres humanos tienen que aceptar o rechazar al Redentor del mundo. Todos son testigos, en favor de Cristo o en contra de él. Cristo llama a los que se han alistado bajo su estandarte para que se empeñen en el conflicto con él como soldados fieles, para que puedan heredar la corona de la vida. Han sido adoptados como hijos e hijas de Dios... EJ 247.2
El Señor Jesús ha llamado al mundo para que escuche. “El que tiene oídos para oír, oiga”. Mateo 11:15. Escuche con atención sumisa y reverente. Jesús repite las palabras que le fueron dadas por Aquel que dijo: “Este es mi Hijo amado... a él oíd”. ¿Quién hay que escuche las palabras que son luz y vida para todos los que las reciben? Si tan sólo los hombres y mujeres pudieran darse cuenta de cómo trata Dios a las criaturas que él formó. El hizo la mente de los seres humanos. No somos capaces de formular un solo pensamiento noble que no proceda de él. El conoce todo el funcionamiento misterioso de la mente humana, porque ¿acaso no la hizo? Dios ve que el pecado ha rebajado al hombre y lo ha degradado, pero lo trata con piedad y compasión; porque sabe que Satanás lo tiene en su poder... EJ 247.3
Algunas familias tienen una iglesita en el hogar. El amor mutuo une un corazón con el otro y esa unidad que existe entre los miembros de la familia predica el sermón más efectivo que se pueda predicar acerca de la piedad práctica. Refrenando, EJ 247.4