Dios se deleita en honrar la ofrenda del corazón que ama, dándole la mayor eficacia en su servicio. Si hemos dado nuestro corazón a Jesús, le traeremos también nuestros donativos. Nuestro oro y plata, nuestras posesiones terrenales más preciosas, nuestros dotes mentales y espirituales más elevados, serán dedicados libremente a Aquel que nos amó y se dió a sí mismo por nosotros.—El Deseado de Todas las Gentes, 51, 52. COES 164.1