Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. 1 Juan 2:28. AFC 359.3
Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, no en sus pecados sino de sus pecados, y a santificarlos mediante la verdad; y para que él sea un Salvador perfecto para nosotros, debemos unirnos a él por medio de un acto personal de fe. Cristo nos ha elegido, nosotros lo hemos elegido, y mediante esta elección nos unimos a él, y en adelante vivimos no por nosotros, sino en el que murió por nosotros. Pero esta unión puede mantenerse únicamente por medio de una vigilia constante, para que no caigamos en tentación y hagamos una elección diferente, porque siempre estamos libres para elegir otro amo, si así lo deseamos. La unión con Cristo significa una decidida preferencia por él en cada acto y pensamiento de nuestra vida... AFC 359.4
Debemos establecer una acérrima enemistad entre nuestra alma y nuestro enemigo; pero debemos abrir nuestro corazón al poder y la influencia del Espíritu Santo. Queremos que la oscuridad de Satanás sea rechazada, y que la luz del cielo fluya. Queremos tornarnos tan sensibles a las santas influencias, que el menor susurro de Jesús mueva nuestras almas... Entonces nos deleitará hacer la voluntad de Dios, y Cristo nos manifestará ante Dios y los santos ángeles como los que estamos en él, y no se avergonzará de llamarnos hermanos. AFC 360.1
Pero no alardearemos de nuestra santidad. Al comprender mejor la infinita pureza de Cristo, sentiremos como Daniel cuando contempló la gloria del Señor, quien dijo: “Mi fuerza se cambió en desfallecimiento”. Daniel 10:8. No podemos decir: “Yo no tengo pecado”, hasta que este cuerpo vil sea cambiado y transformado a la semejanza de su cuerpo divino. Pero si procuramos constantemente seguir a Jesús, tenemos la bendita esperanza de estar ante el trono de Dios sin mancha ni arruga, completos en Cristo, ataviados con su justicia y perfección.—The Signs of the Times, 23 de marzo de 1888. AFC 360.2