Para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias. Mateo 8:17. AFC 49.2
Solo Cristo pudo llevar las aflicciones de muchos. “En toda angustia de ellos él fue angustiado”. Isaías 63:9. Nunca provocó una enfermedad a su propia carne, pero llevó las enfermedades ajenas. Con la más tierna simpatía contemplaba a los dolientes que lo rodeaban. Gimió en espíritu cuando vio la obra de Satanás revelada en toda su maldad, e hizo suyo cada caso de necesidad y dolor... El poder del amor estuvo en toda su [obra de] curación. Identificó sus intereses con los de la humanidad doliente. AFC 49.3
Cristo era salud y fortaleza en sí mismo, y cuando los dolientes eran traídos a su presencia, siempre era reprochada la enfermedad. Por esa razón no fue inmediatamente a ver a Lázaro. No podría haber visto su sufrimiento sin aliviarlo. No podría haber visto la enfermedad y la muerte sin combatir el poder de Satanás. Fue permitida la muerte de Lázaro para que pudiera ser presentada su resurrección, como la última evidencia cumbre para los judíos, de que Jesús era el Hijo de Dios. AFC 49.4
Y en todo ese conflicto con el poder del mal siempre estuvo delante de Cristo la oscura sombra en la que él mismo debía entrar. Estuvo siempre delante de él el medio por el cual debía pagar el rescate de esas almas... Cuando resucitó a Lázaro, sabía que por esa vida debía pagar el rescate en la cruz del Calvario... Se dice de las multitudes de dolientes que lo cercaban: “Sanaba a todos”. Mateo 12:15. Así expresó su amor para los hijos de los hombres. Sus milagros fueron parte de su misión... Sabe cómo pronunciar las palabras “sé sano”; y cuando ha curado al doliente, le dice: “Vete, y no peques más”.—Manuscrito 18, 1898. AFC 50.1