La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre segun el orden de Melquisedec. Hebreos 6:19, 20. AFC 79.4
Delante de nosotros ha sido colocada la esperanza, la esperanza de la vida eterna. Nada menos que eso satisfará a nuestro Redentor, pero depende de nosotros aferrarnos de esa esperanza por fe en Aquel que ha prometido. Quizá tengamos que sufrir, pero los que son participantes con él en sus sufrimientos, participarán con él en su gloria. El ha comprado el perdón y la inmortalidad para las almas pecadoras de los hombres que perecen, pero depende de nosotros el recibir esos dones por fe. Creyendo en él, tenemos esta esperanza como un ancla del alma, segura y firme. Hemos de comprender que podemos esperar confiadamente el favor de Dios no solo en este mundo, sino en el mundo celestial, puesto que Cristo ha pagado tal precio por nuestra salvación. La fe en la expiación e intercesión de Cristo nos mantendrá firmes e inconmovibles en medio de las tentaciones que oprimen a la iglesia militante. Contemplemos la gloriosa esperanza que es puesta ante nosotros, y aferrémonos de ella por fe... AFC 79.5
No ganamos el cielo por nuestros méritos, sino por los méritos de Cristo... No se centralice vuestra esperanza en vosotros mismos, sino en Aquel que ha entrado dentro del velo... AFC 80.1
Es cierto que estamos expuestos a grandes peligros morales; es cierto que estamos en peligro de ser corrompidos. Pero este peligro solo nos amenaza si confiamos en el yo y miramos no más arriba de nuestros propios esfuerzos humanos. Al hacer esto, provocaremos el naufragio de la fe.—The Review and Herald, 9 de junio de 1896. AFC 80.2
En Cristo se centraliza nuestra esperanza de vida eterna... Nuestra esperanza es un ancla para el alma, segura y firme, cuando entra dentro del velo, pues el alma zamarreada por la tempestad se convierte en participante de la naturaleza divina.—Carta 100, 1895. AFC 80.3