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No hay lugar para la indolencia CE 79

Nadie piense que se halla en libertad para cruzarse de brazos y no hacer nada. El que alguien pueda salvarse en la indolencia e inactividad es completamente imposible. Piensen en lo que hizo Jesús durante su ministerio terrenal. ¡Cuán fervorosos, cuán incansables eran sus esfuerzos! No permitió que nada lo desviara de la obra que le fue encomendada. ¿Estamos siguiendo sus pasos? Él lo abandonó todo para realizar el misericordioso plan de Dios a favor de la humanidad caída. En cumplimiento del propósito celestial, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. No había tenido ninguna comunión con el pecado—no lo había conocido en absoluto—, pero vino a este mundo, y tomó sobre su vida inmaculada la culpa del hombre pecador para que los pecadores pudieran estar justificados delante de Dios. Luchó contra la tentación venciendo en favor de nosotros. El Hijo de Dios, puro e incontaminado, llevó la penalidad de la transgresión, y recibió el golpe de muerte que trajo liberación a la humanidad.—The Review and Herald, 20 de enero de 1903. CE 79.2