Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda la familia en los cielos y en la tierra. Efesios 3:14, 15. AFC64 105.1
Por fe en Cristo nos convertimos en miembros de la familia real, herederos de Dios y coherederos con Cristo. En Cristo somos uno. Al llegar a la vista del Calvario, y al ver al Sufriente Real, que en la naturaleza humana llevó la maldición de la ley en lugar del hombre, son raídas todas las distinciones nacionales, todas las diferencias sectarias; se pierden todo honor de rango, todo orgullo de casta. La luz que brilla desde el trono de Dios sobre la cruz del Calvario da fin para siempre a las separaciones hechas por los hombres entre clase y raza. Los hombres de todas las clases se convierten en miembros de una familia, hijos del Rey celestial, no mediante un poder terrenal, sino por medio del amor de Dios que dio a Jesús una vida de pobreza, aflicción y humillación, permitió que muriera en la vergüenza y la agonía, para que pudiera traer muchos hijos e hijas a la gloria. AFC64 105.2
No es la posición, no es la sabiduría finita, no son las cualidades, no son los dones de una persona los que la hacen sobresalir en la estima de Dios. El intelecto, la razón, los talentos de los hombres son los dones de Dios que han de ser empleados para su gloria, para la estructuración de su reino eterno. El carácter moral y espiritual es lo que vale a la vista del cielo, y lo que sobrevivirá a la tumba y será hecho glorioso con inmortalidad por las edades sin fin de la eternidad. AFC64 105.3
Todos los que sean hallados dignos de ser contados como miembros de la familia de Dios en el cielo, se reconocerán mutuamente como hijos e hijas de Dios. ... Saben que deben lavar sus mantos de carácter en la sangre de Cristo para ser aceptados por el Padre en su nombre, si han de estar en la brillante asamblea de los santos, revestidos con los mismos mantos blancos de justicia.—The Review and Herald, 22 de diciembre de 1891. AFC64 105.4