Los que habían aceptado el mensaje aguardaban la venida de su Salvador con un deseo indescriptible. El tiempo en que esperaban encontrarse con él estaba cercano. Y a esa hora se acercaban con solemne calma. Descansaban en dulce comunión con Dios, un anticipo de la paz que sería suya en la gloria venidera. Ninguno de los que experimentaron esa esperanza y esa confianza pudo olvidar esas preciosas horas de expectativa. Pocas semanas antes del tiempo señalado, la mayoría dejó de lado las tareas mundanas. Los creyentes sinceros examinaban cuidadosamente todos los pensamientos y emociones de sus corazones como si estuviesen en el lecho de muerte y en pocas horas cerrarían sus ojos a las escenas de este mundo. No se trataba de hacer “vestiduras de ascensión”,*[Nota: La patraña de que los adventistas hicieron mantos especiales para subir “al encuentro del Señor en el aire” fue inventada por los que deseaban vituperar la causa. Fue propagada de modo tan ingenioso que muchos la creyeron; pero una investigación probó su falsedad. Durante muchos años se ofreció una buena gratificación al que probara la veracidad del aserto, pero hasta la fecha nadie pudo hacerlo. Nadie que amara la venida del Señor hubiera sido tan poco conocedor de las Escrituras y suponer que para semejante ocasión fuesen necesarias vestiduras que pudieran hacerse ellos. La única vestidura que necesitarán los santos para ir al encuentro del Señor es la justicia de Cristo. Ver Isaías 61:10 y Apocalipsis 19:8.] pero todos sentían la necesidad de una evidencia interna de que estaban preparados para recibir al Salvador; sus vestiduras blancas eran la pureza del alma: un carácter limpiado de pecado por la sangre expiatoria de Cristo. ¡Ojalá hubiese aún entre el pueblo que profesa pertenecer a Dios el mismo espíritu para escudriñar el corazón, y la misma fe ferviente y decidida! Si hubiesen seguido humillándose así ante el Señor y dirigiendo sus súplicas al trono de la misericordia, poseerían una experiencia mucho más valiosa que la que poseen ahora. Hay demasiado poca oración, escasea una real convicción de pecado, y la falta de una fe viviente deja a muchos destituidos de la gracia tan abundantemente provista por nuestro Redentor. CES 79.1
Dios se propuso probar a su pueblo. Su mano ocultó un error cometido en el cálculo de los períodos proféticos. Los adventistas no descubrieron el error, ni fue descubierto por los más sabios de sus adversarios. Éstos decían: “Vuestro cálculo de los períodos proféticos es correcto. Algún gran evento está a punto de ocurrir; pero no es lo que predice el Sr. Miller; es la conversión del mundo, y no la segunda venida de Cristo”. CES 79.2
Pasó el tiempo de expectativa, y Cristo no apareció para libertar a su pueblo. Los que habían esperado a su Salvador con fe y amor sinceros experimentaron un amargo chasco. Sin embargo los designios de Dios se estaban cumpliendo; Dios estaba probando los corazones de los que profesaban estar esperando su aparición. Había muchos entre ellos que no habían sido movidos por un motivo más elevado que el miedo. Su profesión de fe no había mejorado sus corazones ni sus vidas. Cuando el evento esperado no ocurrió, esas personas declararon que no estaban chasqueadas; jamás habían creído que Cristo vendría. Fueron de los primeros en ridiculizar el pesar de los verdaderos creyentes. CES 80.1
Pero Jesús y todas las huestes celestiales contemplaron con amor y simpatía a los probados y fieles aunque chasqueados. Si se hubiese podido descorrer el velo que separa el mundo visible del invisible, se habrían visto ángeles que se acercaban a esas almas firmes y las protegían de los dardos de Satanás.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 404-424. CES 80.2