El pasaje bíblico que más que ninguno había sido el fundamento y el pilar central de la fe adventista era la declaración: “Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el santuario”. Daniel 8:14, VM. Estas palabras habían sido familiares para todos los que creían en la pronta venida del Señor. La profecía que encerraban era repetida como santo y seña de su fe por miles de bocas. Todos sentían que sus esperanzas más queridas y sus expectativas más brillantes dependían de los eventos en ella predichos. Había quedado demostrado que esos días proféticos terminaban en el otoño del año 1844. En común con el resto del mundo cristiano, los adventistas creían entonces que la Tierra, o alguna parte de ella, era el Santuario. Entendían que la purificación del Santuario era la purificación de la Tierra por medio del fuego del último gran día, y que ello se verificaría en la segunda venida. De ahí que concluyeran que Cristo volvería a la Tierra en 1844. CES 86.1
Pero el tiempo señalado había pasado y el Señor no había aparecido. Los creyentes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar; su interpretación de la profecía debía estar errada; pero ¿dónde estaba el error? Muchos cortaron apresuradamente el nudo de la dificultad con negar que los 2.300 días terminasen en 1844. Ningún argumento se podía ofrecer para eso, excepto que Cristo no había venido en el momento en que se lo esperaba. Alegaban que si los días proféticos habían terminado en 1844, entonces Cristo habría vuelto para limpiar el Santuario mediante la purificación de la Tierra por medio del fuego; y que como no había venido, los días no podían haber terminado. CES 86.2