¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! Deuteronomio 5:29. ELC 130.1
Dios mantiene una relación paternal con su pueblo, y como Padre exige nuestro servicio fiel. Mirad la vida de Cristo. A la cabeza de la humanidad, sirviendo a su Padre, es un ejemplo de lo que cada hijo debe y puede ser. La obediencia de Cristo es la que Dios requiere hoy de los seres humanos. Él sirvió a su Padre en amor, voluntaria y libremente. “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmos 40:8. Cristo no consideró ningún sacrificio demasiado grande, ningún trabajo demasiado pesado para cumplir la obra que había venido a hacer. A los doce años dijo: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” Lucas 2:49. Había oído el llamado y había emprendido la tarea. “Mi comida”, dijo, “es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”. Juan 4:34. ELC 130.2
Así debemos servir a Dios. Solamente sirve el que alcanza el más elevado nivel de obediencia. Todos los que quieren ser hijos de Dios se demostrarán colaboradores con Cristo y Dios y los ángeles celestiales. Esta es la prueba para toda alma... ELC 130.3
El gran propósito de Dios en la ejecución de sus providencias es probar a los hombres, darles una oportunidad de desarrollar el carácter. Así prueba si son o no obedientes a sus órdenes. Las buenas obras no compran el amor de Dios, sino que revelan que poseemos ese amor... ELC 130.4
Hay solamente dos clases de personas en el mundo hoy y solamente dos serán reconocidas en el juicio: los que violan la ley de Dios y los que la obedecen. Cristo nos da la norma de nuestra lealtad o deslealtad. “Si me amáis”, dice, “guardad mis mandamientos”. Juan 14:15.—The Review and Herald, 23 de junio de 1910. ELC 130.5