El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:6-8. ELC 43.1
Cristo no tenía mancha alguna de pecado, pero al tomar la naturaleza del hombre se expuso a los más crueles ataques del enemigo, a las tentaciones más sutiles, al dolor más profundo. Sufrió al ser tentado. Fue hecho semejante a sus hermanos para que pudiera mostrar que mediante la gracia, los hombres podían vencer las tentaciones del enemigo... Oigamos sus palabras: “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmos 40:7, 8. ¿Quién es éste que así anuncia el propósito de su venida a la tierra? Isaías nos dice: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Isaías 9:6... ELC 43.2
“E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria... Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”; “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”. 1 Timoteo 3:16; Filipenses 2:9-11; Colosenses 1:14, 15. ELC 43.3
La encarnación de Cristo es el misterio de todos los misterios.—Carta 276, 1904. ELC 43.4