Sean nuestros hijos como plantas crecidas en su juventud, nuestras hijas como esquinas labradas como las de un palacio. Salmos 144:12. RJ 162.1
El primer y más urgente deber que la madre debe a su Creador es entrenar para El a los hijos que le ha dado... Cuán cuidadoso, entonces, debiera ser su lenguaje y conducta en la presencia de estos pequeños alumnos... RJ 162.2
Madres, despierten al hecho de que su influencia y ejemplo están afectando el carácter y el destino de sus hijos; y que en vista de su responsabilidad, necesitan desarrollar una mente bien equilibrada y un carácter puro, que refleje sólo lo verdadero, lo bueno y lo hermoso. RJ 162.3
El compasivo Redentor está observándolas con amor y simpatía, listo para escuchar sus oraciones y para brindarles la asistencia que necesitan. El conoce las cargas del corazón de cada madre, y es su mejor amigo en toda emergencia. Sus brazos eternos apoyan a la madre fiel que teme a Dios. Cuando estuvo en la tierra, tuvo una madre que luchó con la pobreza, que tuvo muchas ansiosas preocupaciones y perplejidades, y El simpatiza con cada madre cristiana en sus cuidados y ansiedades. Aquel Salvador que hizo un largo viaje con el propósito de aliviar el ansioso corazón de la mujer cuya hija era poseída por un mal espíritu, oirá las oraciones de la madre y bendecirá a sus hijos. RJ 162.4
El que devolvió a la viuda su único hijo mientras era llevado a su entierro, se conmueve por el lamento de la madre afligida. El que lloró lágrimas de simpatía ante la tumba de Lázaro, y devolvió a Marta y María a su hermano sepultado; que perdonó a María Magdalena; que recordó a su madre cuando estaba pendiendo en agonía sobre la cruz; que apareció a las mujeres que lloraban, y las hizo sus mensajeras para esparcir las primeras buenas nuevas de un Salvador resucitado, El es el mejor amigo de la mujer hoy, y está listo para ayudarla en todas las relaciones de la vida. RJ 162.5
Nuestro Salvador, quien entiende las luchas de nuestro corazón, y conoce las debilidades de nuestra naturaleza, lamenta nuestras debilidades, perdona nuestros errores, y derrama sobre nosotros las gracias que deseamos profundamente. Gozo, paz, paciencia, bondad, fe y amor fraternal son los elementos del carácter cristiano. Estas preciosas gracias son el fruto del Espíritu, y la corona y el escudo del cristiano. Si estas gracias reinan en el hogar, los hijos son “como plantas crecidas en su juventud”, y las hijas “como esquinas labradas como las de un palacio”. Estos dones celestiales no dependen de las circunstancias ni de la voluntad o del imperfecto juicio del hombre. Nada puede dar más perfecto contentamiento y satisfacción que el cultivo del carácter cristiano; las más exaltadas aspiraciones no pueden apuntar a ninguna otra cosa más elevada.—The Signs of the Times, 9 de septiembre de 1886. RJ 162.6