¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El [el intérprete de la ley] dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. Lucas 10:36, 37. RJ 221.1
Cualquier ser humano que necesita nuestra simpatía y nuestros buenos servicios es nuestro prójimo. Los dolientes e indigentes de todas clases son nuestros prójimos; y cuando llegamos a conocer sus necesidades, es nuestro deber aliviarlas en cuanto sea posible.—Testimonies for the Church 4:226, 227. RJ 221.2
Quien ama a Dios no sólo amará a sus prójimos, sino considerará con tierna compasión a las criaturas que Dios hizo. Cuando el Espíritu de Dios está en el hombre, lo conduce a aliviar el dolor en vez de producirlo. RJ 221.3
Luego de exponer la indiferencia y el desprecio del sacerdote y del levita hacia su conciudadano, Jesús presentó al buen samaritano. Viajaba por ese camino y cuando vio al sufriente tuvo compasión de él; porque era un hacedor de la ley. Este fue un incidente real y todos sabían que había ocurrido exactamente de ese modo. Cristo... preguntó cuál de los viajeros había sido el prójimo del que había caído en manos de ladrones... El samaritano, miembro de un pueblo despreciado, cuidó a su hermano sufriente y no pasó de largo. Trató a su prójimo como deseaba ser tratado en condiciones semejantes. RJ 221.4
Mediante esa parábola se estableció para siempre el deber del hombre para con su vecino. Debemos atender todo caso de sufrimiento y considerarnos como los agentes de Dios para aliviar a los necesitados hasta el máximo de nuestras posibilidades. Hemos de ser obreros junto con Dios. Hay quienes manifiestan gran afecto a sus familiares, a sus amigos y favoritos, pero no son considerados y bondadosos con los que necesitan tierna simpatía, los que necesitan bondad y amor. RJ 221.5
Con corazones sinceros preguntémonos: ¿Quién es mi prójimo? Nuestros prójimos no son sólo nuestros asociados y amigos especiales, no son sencillamente los que pertenecen a nuestra iglesia, o los que piensan como nosotros. Nuestro prójimo es toda la familia humana. Hemos de hacer bien a todos los hombres, especialmente a los que son “de la familia de la fe”. Hemos de demostrar al mundo qué significa cumplir la ley de Dios.—The Review and Herald, 1 de enero de 1895. RJ 221.6
Acércate a tus vecinos, uno por uno, hasta que sus corazones sean entibiados por tu interés y amor abnegados. Simpatiza con ellos, ora por ellos, busca oportunidades para hacerles el bien, y en cuanto puedas, reúne a algunos para abrir la Palabra de Dios ante sus mentes entenebrecidas. Vela como quien ha de rendir cuenta de las almas de los hombres, y aprovecha los privilegios que Dios te da de trabajar con El en su viña.—The Review and Herald, 13 de marzo de 1888. RJ 221.7