No amemos de palabra... sino de hecho y en verdad. 1 Juan 3:18. RJ 226.1
El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión de Cristo. Solamente el que ama desinteresadamente a su hermano, puede en verdad amar a Dios. El auténtico cristiano no permitirá voluntariamente que un alma que se halla en peligro y necesidad avance desprevenida y desamparada. No se mantendrá apartado del que yerra, dejando que se hunda en la tristeza y el desánimo, o que caiga en el campo de batalla de Satanás. RJ 226.2
Los que nunca han experimentado el tierno y persuasivo amor de Cristo, no pueden guiar a otros a la fuente de vida. Su amor en el corazón es un poder constrictivo, que induce a los hombres a revelarlo en la conversación, por medio de un espíritu tierno y compasivo, y en la elevación de las vidas de los que se asocian con él. Los obreros cristianos que tienen éxito en sus esfuerzos, deben conocer su amor. Su idoneidad como obreros se mide en el cielo por su capacidad para amar como Cristo amó y para trabajar como El trabajó. RJ 226.3
“No amemos de palabra—escribe el apóstol—... sino de hecho y en verdad”. Se logra la perfección del carácter cristiano cuando el impulso de ayudar y beneficiar a los demás brota constantemente del interior. Esta atmósfera de amor que rodea el alma del creyente, produce un sabor de vida para vida, y permite que Dios bendiga su obra. RJ 226.4
Un supremo amor a Dios y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente. El corazón no consagrado no puede originarlo ni producirlo. Sólo se encuentra en el corazón en que reina Jesús. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. 1 Juan 4:19. En el corazón renovado por la gracia divina, el amor es el principio de acción dominante. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, domina las pasiones y ennoblece los afectos. Ese amor, cuando se lo alberga en el alma, endulza la vida y difunde una influencia ennoblecedora a su alrededor. RJ 226.5
Juan se esforzó por hacer comprender a los creyentes los elevados privilegios que podrían recibir mediante la aplicación del espíritu del amor. Cuando ese poder redentor llenara el corazón, dominaría todos los otros impulsos, y pondría a sus poseedores por encima de las influencias corruptoras del mundo. Y a medida que se le diera rienda libre a ese amor, hasta llegar a ser la fuerza motivadora de la vida, su confianza en Dios y en su trato para con ellos alcanzaría la cima de la perfección.—Los Hechos de los Apóstoles, 454, 455. RJ 226.6