Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2. RJ 269.1
Si se atesoran la sospecha, la envidia, los celos y las conjeturas malignas, éstas excluirán la bendición de Dios, pues Jesús no puede morar en un corazón donde estas cosas son atesoradas. El templo del alma debe ser limpiado de toda contaminación... RJ 269.2
Cristo previó el peligro de todas estas cosas, y justamente antes de entregar su vida por el mundo oró a su Padre porque sus discípulos pudieran llegar a ser uno con Cristo como El era uno con el Padre... Nada puede agraviar más al Espíritu de Dios que la discordia entre los que están ocupados como obreros en su viña, puesto que el mismo espíritu que abrigan se difunde entre las iglesias. Tal semilla, una vez sembrada, es difícil de erradicar. Requiere tiempo y trabajo y angustia de alma corregir las cosas y entrar en un estado de armonía y paz. Todo el cielo está trabajando por la unidad de la iglesia, y los profesos seguidores de Cristo están obrando en contra de Dios, puesto que no atienden su instrucción, sino que entran en disensión. RJ 269.3
Quien corre una carrera seguramente perderá su victoria si se preocupa por mirar a quienes corren detras o a su lado. Debe correr para ganar la corona de gloria inmortal, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de su fe. RJ 269.4
Esta obra en la cual estamos empeñados es una obra grande, santa, sagrada. No podemos ni por un momento bajar la guardia. La corona, la corona, la corona imperecedera que ha de ser ganada, ha de ser mantenida delante del que corre la carrera. Corran de tal manera que la obtengan... No miren a los hombres. Su responsabilidad es para con Dios, y El recompensará a cada hombre según haya sido su obra... Contemplamos y capturamos los brillantes rayos del rostro de Jesucristo. Recibimos tanto como podemos sobrellevar. No nos detengamos a pelear por las circunstancias, sino pongamos los ojos en Jesús. Por medio del poder transformador del Espíritu Santo llegamos a ser asimilados a la imagen del bendito objeto que contemplamos. RJ 269.5
No murmure ni busque faltas. Al poner los ojos en Jesús, la imagen de Cristo es grabada sobre el alma y reflejada en espíritu, en palabras, en verdadero servicio hacia los que nos rodean. El gozo de Cristo está en nuestros corazones y nuestro gozo está cumplido. Esta es la verdadera religión. Asegurémonos de conseguirla, y de ser bondadosos, corteses, de tener amor en el alma—esa clase de amor que se derrama y se expresa en buenas obras, que es una luz que resplandece en el mundo, y que hace que nuestro gozo sea cumplido.—Manuscrito 26, de 1889. RJ 269.6