Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. Hechos 4:13. RJ 34.1
Desde la caída de Adán, Cristo había estado confiando a sus siervos escogidos la semilla de su Palabra, para que fuese sembrada en los corazones humanos. Durante su vida en la tierra había sembrado la semilla de la verdad, y la había regado con su sangre. Las conversiones que se produjeron en el día de Pentecostés fueron el resultado de esa siembra, la cosecha de la obra de Cristo, que revelaba el poder de su enseñanza... RJ 34.2
Bajo la instrucción de Cristo, los discípulos habían sido inducidos a sentir su necesidad del Espíritu. Bajo su enseñanza, recibieron la preparación final y salieron a emprender la obra de su vida. Ya no eran ignorantes y sin cultura. Ya no eran una colección de unidades independientes, ni elementos discordantes y antagónicos. Ya no estaban sus esperanzas cifradas en la grandeza mundanal. Eran “unánimes”, “de un corazón y un alma” Hechos 2:46; 4:32. Cristo llenaba sus pensamientos; su objeto era el adelantamiento de su reino. En mente y carácter habían llegado a ser como su Maestro, y los hombres “les reconocían que habían estado con Jesús”. RJ 34.3
El día de Pentecostés les trajo la iluminación celestial. Las verdades que no podían entender mientras Cristo estaba con ellos quedaron aclaradas ahora. Con una fe y una seguridad que nunca habían conocido antes, aceptaron las enseñanzas de la Palabra Sagrada. Ya no era más para ellos un asunto de fe el hecho de que Cristo era el Hijo de Dios. Sabían que, aunque revestido de humanidad, era en verdad el Mesías, y contaban su experiencia al mundo con una confianza que llevaba consigo la convicción de que Dios estaba con ellos. RJ 34.4
Podían pronunciar el nombre de Jesús con seguridad; porque ¿no era El su Amigo y Hermano mayor? Puestos en comunión con Cristo, se sentaron con El en los lugares celestiales. ¡Con qué ardiente lenguaje revestían sus ideas al testificar por El! Sus corazones estaban sobrecargados de una bondad tan plena, tan profunda, de tanto alcance, que los impelía a ir hasta los confines de la tierra, para testificar del poder de Cristo. Estaban llenos de un intenso anhelo de impulsar la obra que él había comenzado. Comprendían la grandeza de su deuda para con el Cielo y la responsabilidad de su obra. Fortalecidos por la dotación del Espíritu Santo, salieron llenos de celo a extender los triunfos de la cruz. El Espíritu los animaba y hablaba por ellos. La paz de Cristo brillaba en sus rostros. Habían consagrado sus vidas a su servicio, y sus mismas facciones llevaban la evidencia de la entrega que habían hecho.—Los Hechos de los Apóstoles, 37, 38. RJ 34.5