Nos salió al encuentro Og rey de Basán para pelear, él y todo su pueblo, en Edrei. Y me dijo Jehová: No tengas temor de él, porque en tu mano he entregado a él y a todo su pueblo, con su tierra... Al cual derrotamos hasta acabar con todos. Deuteronomio 3:1-3. RJ 320.1
Ante ellos [Israel] se extendía el reino de Basán, poderoso y muy poblado, lleno de ciudades de piedra que hasta hoy inspiran asombro al mundo... Las casas se habían construído con enormes piedras negras, de dimensiones tan estupendas que hacían los edificios absolutamente inexpugnables para cualquier ejército que en aquellos tiempos los pudiera atacar. Era un país lleno de cavernas salvajes, altos precipicios, simas abiertas y rocas escarpadas. Los habitantes de esa tierra, descendientes de una raza de gigantes, eran ellos mismos de fuerza y tamaño asombrosos, y tanto se distinguían por su violencia y su crueldad, que aterrorizaban a las naciones circunvecinas; mientras que Og, rey del país, se destacaba por su tamaño y sus proezas, aun en una nación de gigantes. RJ 320.2
Pero la columna de nube avanzaba y, guiados por ella, los ejércitos hebreos llegaron hasta Edrei, donde los esperaba el gigante con sus ejércitos. Og había escogido hábilmente el sitio de la batalla. La ciudad de Edrei estaba situada en la orilla de una meseta cubierta de rocas volcánicas y desgarradas que se levantaba abruptamente de la planicie. Sólo podía llegarse a la ciudad por desfiladeros angostos y escarpados... RJ 320.3
Cuando los hebreos miraron la forma alta de aquel gigante de gigantes que sobrepasaba a los soldados de su ejército, cuando vieron los ejércitos que lo rodeaban y divisaron la fortaleza aparentemente inexpugnable, detrás de la cual miles de soldados invisibles estaban atrincherados, muchos corazones de Israel temblaron de miedo. Pero Moisés estaba sereno y firme; el Señor había dicho con respecto al rey de Basán: “No tengas temor de él, porque en tu mano he entregado a él y a todo su pueblo, con su tierra: y harás con él como hiciste con Sehón rey amorreo, que habitaba en Hesbón”. Deuteronomio 3:2. RJ 320.4
La fe serena de su jefe inspiraba al pueblo a tener confianza en Dios. Lo entregaron todo a su brazo omnipotente, y El no les falló. Ni los poderosos gigantes, ni las ciudades amuralladas, ni tampoco los ejércitos armados y las fortalezas escarpadas podían subsistir ante el Capitán de la hueste de Jehová. El Señor conducía al ejército; el Señor desconcertó al enemigo; y obtuvo la victoria para Israel. El gigantesco rey y su ejército fueron destruidos; y los israelitas no tardaron en poseer toda la región... Los ejércitos de Basán habían cedido ante el poder misterioso que encerraba la columna de nube.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 463-465, 467. RJ 320.5
Las dificultades de aspecto tan formidable, que llenan el alma de ustedes de espanto, se desvanecerán a medida que, confiando humildemente en Dios, avancen por el sendero de la obediencia.—Ibíd. 466. RJ 320.6