Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos. Hebreos 2:11. RJ 72.1
Cuando meditamos con arrepentimiento y humilde conciencia en Jesús, a quien traspasaron nuestros pecados y a quien agobiaron nuestros dolores, podemos aprender a andar en sus pasos. Contemplándolo nos transformamos a su divina imagen. Y cuando esta obra se realice en nosotros, no pretenderemos que en nosotros mismos haya justicia, sino que exaltaremos a Cristo Jesús, mientras permitimos que nuestra alma indefensa dependa de sus méritos. RJ 72.2
Nuestro Salvador siempre condenó la justicia propia. Enseñó a sus discípulos que el tipo más elevado de religión es aquel que se manifiesta de una manera silenciosa y modesta. Les advirtió que debían realizar sus actos de caridad en forma silenciosa; no para la ostentación, no para ser alabados u honrados por los hombres, sino para la gloria de Dios, esperando su recompensa en el más allá. Si realizaban buenas obras para ser alabados por los hombres, no recibirían ninguna recompensa de parte de su Padre en los cielos. RJ 72.3
A los seguidores de Cristo se les enseñó a no orar con el propósito de ser escuchados por los hombres. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”Mateo 6:6. Expresiones tales como éstas, que salieron de los labios de Jesús, muestran que El no consideraba con aprobación ese tipo de piedad tan prevaleciente entre los fariseos. Las enseñanzas que profiriera sobre el monte muestran que los hechos de benevolencia asumen una forma noble, y los actos de culto religioso difunden una preciosa fragancia, cuando se realizan sin pretensiones, con humildad y contrición. El motivo puro santifica el acto. RJ 72.4
La verdadera santificación es una completa conformidad con la voluntad de Dios. Los pensamientos y sentimientos rebeldes son vencidos, y la voz de Jesús despierta una nueva vida, que impregna el ser entero. Los que están verdaderamente santificados no presentarán su propia opinión como una norma para medir lo correcto y lo erróneo... La verdadera santificación es una obra diaria, que continúa por toda la vida. Los que están luchando con tentaciones cotidianas, venciendo sus propias tendencias pecaminosas, y buscando la santificación del corazón y la vida, no realizan ninguna pretensión ostentosa de santidad. Tienen hambre y sed de justicia. El pecado les parece excesivamente pecaminoso... RJ 72.5
Los que son verdaderamente justos y con sinceridad aman y temen a Dios, lucen el manto de la justicia de Cristo tanto en la prosperidad como en la adversidad.—La edificación del carácter, 8-13. RJ 72.6