“Tomad mi yugo sobre vosotros”—Jesús miraba a los acongojados y de corazón quebrantado, a aquellos cuyas esperanzas habían sido defraudadas, y que procuraban satisfacer los anhelos del alma con goces terrenales, y los invitaba a todos a buscar y encontrar descanso en él. Te 106.3
Con toda ternura decía a los cansados: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29. Te 106.4
Con estas palabras, Cristo se dirigía a todo ser humano. Sabiéndolo o sin saberlo, todos están trabajados y cargados. Todos gimen bajo el peso de cargas que sólo Cristo puede quitar. La carga más pesada que llevamos es la del pecado. Si tuviéramos que llevarla solos nos aplastaría. Pero el que no cometió pecado se ha hecho nuestro sustituto. “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Isaías 53:6. Te 106.5
El llevó el peso de nuestra culpa. También quitará la carga de nuestros hombros cansados. Nos dará descanso. Llevará por nosotros la carga de nuestros cuidados y penas. Nos invita a echar sobre él todos nuestros afanes; pues nos lleva en su corazón. Te 107.1
Cristo conoce las debilidades de la humanidad—El Hermano mayor de nuestra familia humana está junto al trono eterno. Mira a toda alma que vuelve su rostro hacia él como al Salvador. Sabe por experiencia lo que es la flaqueza humana, lo que son nuestras necesidades, y en qué consiste la fuerza de nuestras tentaciones, porque fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Hebreos 4:15. Está velando sobre ti, tembloroso hijo de Dios. ¿Estás tentado? Te librará. ¿Eres débil? Te fortalecerá. ¿Eres ignorante? Te iluminará. ¿Estás herido? Te curará. Jehová “cuenta el número de las estrellas”; y, no obstante, es también el que “sana a los quebrantados de corazón, y liga sus heridas”. Salmos 147:4, 3. Te 107.2
Cualesquiera que sean tus angustias y pruebas, expónlas al Señor. Tu espíritu encontrará sostén para sufrirlo todo. Se te despejará el camino para que puedas librarte de todo enredo y aprieto. Cuanto más débil y desamparado te sientas, más fuerte serás con su ayuda. Cuanto más pesadas sean tus cargas, más dulce y benéfico será tu descanso al echarlas sobre Aquel que se ofrece a llevarlas por ti.—El Ministerio de Curación, 47, 48. Te 107.3
Poder para hacer frente a toda tentación—El que realmente cree en Cristo es hecho partícipe de la naturaleza divina y tiene poder del cual puede apropiarse en cada tentación.—The Review and Herald, 14 de enero de 1909. Te 107.4
Como el hombre caído no podía vencer a Satanás con su fuerza humana, Cristo vino de los atrios reales del cielo para ayudarlo con su fuerza combinada divina y humana. Cristo sabía que Adán en el Edén, en sus circunstancias ventajosas, podría haber resistido las tentaciones de Satanás y haberlo vencido. También sabía que no era posible que el hombre fuera del Edén, separado de la luz y del amor de Dios desde la caída, resistiera las tentaciones de Satanás con su propia fuerza. A fin de proporcionar esperanza al hombre y salvarlo de la completa ruina, se humilló a sí mismo al tomar la naturaleza del hombre, para que con su poder divino combinado con el humano, pudiese alcanzar al hombre allí donde estaba. Para todos los caídos hijos e hijas de Adán obtuvo esa fuerza que es imposible que obtengan por sí mismos, para que en su nombre puedan vencer las tentaciones de Satanás.—Redemption; or the Temptation of Christ in The Wilderness, 44. Te 107.5
Ayuda para los que se provocan enfermedades a sí mismos—Muchos de los que acudían a Cristo en busca de ayuda habían atraído la enfermedad sobre sí, y sin embargo él no rehusaba sanarlos. Y cuando estas almas recibían la virtud de Cristo, reconocían su pecado, y muchos se curaban de su enfermedad espiritual al par que de sus males físicos.—El Ministerio de Curación, 49. Te 108.1
Poder para liberar a los cautivos—Cristo demostró su completa autoridad sobre los vientos y las olas, así como sobre los endemoniados. El que apaciguó la tempestad y sosegó el agitado mar, dirigió palabras de paz a los intelectos perturbados y dominados por Satanás. Te 108.2
En la sinagoga de Capernaum estaba Jesús hablando de su misión de libertar a los esclavos del pecado. De pronto fue interrumpido por un grito de terror. Un loco hizo irrupción entre la gente, clamando: “Déjanos; ¿qué tenemos contigo, Jesús Nazareno? ¿has venido a destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios”. Te 108.3
Jesús reprendió al demonio diciendo: “Enmudece, y sal de él. Entonces el demonio, derribándole en medio, salió de él, y no le hizo daño alguno”. Lucas 4:34, 35. Te 108.4
La causa de la aflicción de este hombre residía también en su propia conducta. Le habían fascinado los placeres del pecado, y pensó hacer de la vida un gran carnaval. La intemperancia y la frivolidad pervirtieron los nobles atributos de su naturaleza, y Satanás asumió pleno dominio sobre él. El remordimiento llegó demasiado tarde. Cuando hubiera querido sacrificar sus bienes y sus placeres para recuperar su virilidad perdida, ya estaba incapacitado y a la merced del maligno. Te 108.5
En presencia del Salvador, se le había despertado el deseo de libertad, mas el demonio opuso resistencia al poder de Cristo. Cuando el hombre procuró pedir ayuda a Jesús, el espíritu maligno le puso en la boca sus propias palabras, y él gritó con angustia y temor. Comprendía parcialmente que se hallaba en presencia de quien podía libertarlo; pero cuando intentó ponerse al alcance de aquella mano poderosa, otra voluntad le retuvo; y las palabras de otro fueron pronunciadas por su medio. Te 108.6
Terrible era el conflicto entre sus deseos de libertad y el poder de Satanás. Parecía que el pobre atormentado habría de perder la vida en aquel combate con el enemigo que había destruido su virilidad. Pero el Salvador habló con autoridad y libertó al cautivo. El que había sido poseído del demonio, estaba ahora delante de la gente admirada, en pleno goce de la libertad y del dominio propio. Te 109.1
Con voz alegre, alabó a Dios por su liberación. Los ojos que hasta entonces despedían fulgores de locura brillaban ahora de inteligencia y derramaban lágrimas de gratitud. La gente estaba muda de asombro. Tan pronto como hubo recuperado el uso de la palabra, exclamó: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con potestad aun a los espíritus inmundos manda, y le obedecen?” Marcos 1:27. Te 109.2
Liberación para los que hoy están en necesidad—También hoy hay muchedumbres tan ciertamente dominadas por el poder de los malos espíritus como lo era el endemoniado de Capernaum. Todos los que se apartan voluntariamente de los mandamientos de Dios se colocan bajo la dirección de Satanás. Muchos juegan con el mal, pensando que podrán romper con él cuando quieran; pero quedan cada vez más engañados hasta que se encuentran dominados por una voluntad más fuerte que la suya. No pueden sustraerse a su misterioso poder. El pecado secreto o la pasión dominante puede hacer de ellos cautivos tan inertes como el endemoniado de Capernaum. Te 109.3
Sin embargo, su condición no es desesperada. Dios no domina nuestra mente sin nuestro consentimiento, sino que cada hombre está libre para elegir el poder que quiera ver dominar sobre él. Nadie ha caído tan bajo, nadie es tan vil que no pueda hallar liberación en Cristo. El endemoniado, en vez de oraciones, sólo podía pronunciar las palabras de Satanás; sin embargo la muda súplica de su corazón fue oída. Ningún clamor de un alma en necesidad, aunque no llegue a expresarse en palabras, quedará sin ser oído. Los que consienten en hacer pacto con el Dios del cielo no serán abandonados al poder de Satanás ni a las flaquezas de su propia naturaleza. Te 109.4
“¿Será quitada la presa al valiente? o ¿libertaráse la cautividad legítima? Así ... dice Jehová: Cierto, la cautividad será quitada al valiente, y la presa del robusto será librada; y tu pleito yo lo pleitearé, y yo salvaré a tus hijos”. Isaías 49:24, 25. Te 110.1
Maravillosa será la transformación de quien abra por la fe la puerta de su corazón al Salvador.—El Ministerio de Curación, 60-62. Te 110.2
El amor del Salvador por las almas entrampadas—Jesús conoce las circunstancias particulares de cada alma. Cuanto más grave es la culpa del pecador, tanto más necesita del Salvador. Su corazón rebosante de simpatía y amor divinos se siente atraído ante todo hacia el que está más desesperadamente enredado en los lazos del enemigo. Con su propia sangre firmó Cristo los documentos de emancipación de la humanidad. Te 110.3
Jesús no quiere que los comprados a tanto precio sean juguete de las tentaciones del enemigo. No quiere que seamos vencidos ni que perezcamos. El que dominó los leones en su foso, y anduvo con sus fieles testigos entre las llamas, está igualmente dispuesto a obrar en nuestro favor para refrenar toda mala propensión de nuestra naturaleza. Hoy está ante el altar de la misericordia, presentando a Dios las oraciones de los que desean su ayuda. No rechaza a ningún ser humano lloroso y contrito. Perdonará sin reserva a cuantos acudan a él en súplica de perdón y restauración. A nadie dice todo lo que pudiera revelar, sino que exhorta a toda alma temblorosa a que cobre ánimo. Todo el que quiera puede valerse de la fuerza de Dios, y hacer la paz con él, y el Señor la hará también. Te 110.4
A las almas que se vuelven a él en busca de amparo, Jesús las levanta sobre toda acusación y calumnia. Ningún hombre ni ángel maligno puede incriminar a estas almas. Cristo las une con su propia naturaleza divina y humana.—El Ministerio de Curación, 59, 60. Te 110.5
Promesas preciosas—Estas preciosas palabras puede hacerlas suyas toda alma que more en Cristo. Puede decir: Te 110.6
“A Jehová esperaré,
esperaré al Dios de mi salud:
el Dios mío me oirá. “Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí;
porque aunque caí, he de levantarme;
aunque more en tinieblas,
Jehová será mi luz... Te 110.7
“El tendrá misericordia de nosotros;
él sujetará nuestras iniquidades,
y echará en los profundos de la mar todos nuestros
pecados”. Miqueas 7:7, 8, 19. Te 111.1
Dios ha prometido lo siguiente: Te 111.2
“Haré más precioso que el oro fino al varón,
y más que el oro de Ofir al. hombre”. Isaías 13:12. Te 111.3
“Bien que fuisteis echados entre los tiestos,
seréis como las alas de la paloma cubierta de plata,
y sus plumas con amarillez de oro”. Salmos 68:13. Te 111.4
Aquellos a quienes Cristo más haya perdonado serán los que más le amarán. Estos son los que en el último día estarán más cerca de su trono. Te 111.5
“Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes”.—El Ministerio de Curación, 137. Te 111.6