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Ana y Simeón UE 17

En ese mismo momento se encontraban en el templo dos de los verdaderos siervos de Dios: Simeón y Ana. Ambos habían envejecido en el servicio que realizaban para el Señor, quien les había revelado cosas que no podían ser manifestadas a los orgullosos y egoístas sacerdotes. UE 17.4

A Simeón le había prometido que no moriría hasta que hubiera visto al Salvador. Tan pronto como vio a Jesús en el templo, supo que era el prometido. UE 17.5

Sobre el rostro de Cristo había una suave luz celestial, y Simeón, tomando al niño en sus brazos, alabó a Dios y dijo: UE 17.6

“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra, porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”. Lucas 2:29-32. UE 18.1

Ana, una profetisa, “presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”. Lucas 2:38. UE 18.2

Así es como Dios elige a personas humildes para ser sus testigos y con frecuencia pasa por alto a aquellos a quienes el mundo llama grandes. Muchos son como los sacerdotes y gobernantes judíos: están ávidos de servirse y honrarse a sí mismos, pero piensan poco en servir y honrar al Creador. Por lo tanto, Dios no puede elegirlos para hablar a otros de su amor y misericordia. UE 18.3

María, la madre de Jesús, meditó mucho en la importante profecía de Simeón. Al mirar al niño que tenía en sus brazos, recordó lo que los pastores de Belén habían dicho y se llenó de gozo agradecido y de luminosa esperanza. UE 18.4

Las palabras de Simeón trajeron a su memoria la profecía de Isaías. Sabía que las siguientes expresiones maravillosas se referían a Jesús: UE 18.5

“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; a los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos. UE 18.6

“Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre ‘Admirable consejero’, ‘Dios fuerte’, ‘Padre eterno’, ‘Príncipe de paz’”. Isaías 9:2, 6. UE 18.7