“Honra a tu padre y a tu madre”—La obligación que tienen los hijos de honrar a sus padres dura toda la vida. Si los padres son ancianos y débiles, los hijos deben dedicarles su afecto y atención proporcionalmente a su necesidad. Con nobleza y decisión deben amoldar su conducta, hasta con abnegación si es necesario, para evitar a los padres todo motivo de ansiedad y perplejidad. ... Debe enseñarse a los hijos a amar y cuidar con ternura a sus padres. Hijos, atendedlos vosotros mismos; porque ninguna otra mano puede hacer tan aceptablemente los pequeños actos de bondad que la vuestra puede hacer para ellos. Aprovechad la preciosa oportunidad que tenéis para sembrar bondades.1Manuscrito 18, 1891. HC 328.1
Nuestra obligación para con nuestros padres no cesa nunca. Nuestro amor hacia ellos, y el suyo hacia nosotros, no se miden por los años ni por la distancia, y nuestra responsabilidad no puede ser puesta a un lado.2The Review and Herald, 15 de noviembre de 1892. HC 328.2
Recuerden los hijos atentamente que aun en el mejor de los casos los padres disfrutan de poca alegría y comodidad. ¿Qué puede causar mayor pena a su corazón que una negligencia manifiesta de parte de sus hijos? ¿Qué pecado pueden cometer los hijos que sea peor que el ocasionar pena a un padre o a una madre de edad y sin amparo?3Ibid. HC 328.3
Allánenles el camino—Una vez llegados a la madurez, algunos hijos piensan que han cumplido su deber cuando han provisto de morada a sus padres. Aunque les dan comida y albergue, no les conceden amor ni simpatía. En la vejez de sus padres, cuando éstos anhelan que se les expresen afecto y simpatía, los hijos sin corazón los privan de sus atenciones. No hay momento en que los hijos no hayan de respetar y amar a sus padres. Mientras éstos vivan, los hijos debieran tener gozo en honrarlos y respetarlos. Debieran infundir en la vida de los ancianos padres toda la alegría que puedan, y allanar su senda hacia la tumba. No hay en este mundo mejor recomendación para un hijo que el haber honrado a sus padres, ni mejor anotación en los libros del cielo que aquella donde se consigna que amó y honró a su padre y a su madre.4Ibid. HC 328.4
La ingratitud hacia los padres—¿Será posible que haya hijos tan insensibles a los derechos de su padre y de su madre que no estén dispuestos a eliminar cuantos motivos de pena puedan quitarles al velar sobre ellos con cuidado y devoción incansables? ¿Será posible que no consideren como un placer el hacer que los postreros días de sus padres sean los mejores para éstos? ¿Cómo puede un hijo o una hija disponerse a dejar que su padre o su madre sean atendidos por manos ajenas? Aun cuando la madre fuese incrédula y desapacible, ello no eximiría al hijo de la obligación que Dios le impuso en cuanto a cuidar de ella.5Ibid. HC 329.1
Algunos padres son responsables por la falta de respeto—Cuando los padres permiten que un hijo les falte al respeto en su infancia, tolerando que les hable ásperamente, tendrán que segar una terrible cosecha en años ulteriores. Los padres que no requieren pronta y perfecta obediencia de sus pequeñuelos no echan el debido fundamento para el carácter de sus hijos. Los preparan para que los deshonren en la vejez y llenen su corazón de pesar cuando se estén acercando a la tumba, a menos que la gracia de Cristo transforme el corazón y carácter de esos hijos.6Manuscrito 18, 1891. HC 329.2
No haya represalias—Dijo una vez una mujer: “Siempre odié a mi madre, y ella me odió a mí.” Estas palabras fueron anotadas en los libros del cielo y serán reveladas en el día del juicio cuando cada uno será recompensado según sus obras. HC 329.3
Si los hijos piensan que fueron tratados con severidad en su infancia, ¿les ayudará esto a crecer en la gracia y en el conocimiento de Cristo? ¿Reflejarán ellos la imagen de él si albergan un espíritu de represalias y venganza contra sus padres, especialmente cuando éstos hayan envejecido y se hayan debilitado? ¿No bastará el desamparo de los padres para despertar el amor de los hijos? ¿No lograrán las necesidades de los ancianos padres evocar los nobles sentimientos del corazón, y por la gracia de Cristo, no serán los padres tratados con bondadosa atención y respeto de parte de sus hijos? ¡Ojalá que el corazón de éstos no se endurezca como el acero contra el padre y la madre! ¿Cómo puede una hija que profesa llevar el nombre de Cristo albergar odio contra su madre, especialmente si esa madre está enferma y envejecida? ¡Ojalá que la bondad y el amor, que son los frutos más dulces de la vida cristiana, hallen cabida en el corazón de los hijos en favor de sus padres!7Ibid. HC 330.1
Téngase paciencia con los achaques—Resulta especialmente terrible pensar que un hijo se vuelva con odio contra una madre envejecida, debilitada y afectada por los achaques de la segunda infancia. ¡Con cuánta paciencia y ternura debieran conducirse para con ella los hijos de una madre tall Debieran dirigirle tiernas palabras, que no irriten el ánimo. Nunca carecerá de bondad quien sea verdaderamente cristiano, ni en circunstancia alguna descuidará a su padre o a su madre, sino que escuchará la orden: “Honra a tu padre y a tu madre.” Dios dijo: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano.” ... HC 330.2
Hijos, permitid que vuestros padres achacosos e incapaces de cuidarse a sí mismos vean sus últimos días colmados de contentamiento, paz y amor. Por amor a Cristo, mientras descienden a la tumba, reciban de vosotros tan sólo palabras de bondad, amor y perdón. Deseáis que el Señor os ame, os compadezca y os perdone y hasta que os cuide en caso de enfermedad, ¿no estaréis por tanto dispuestos a tratar a otros como quisierais ser tratados?8Ibid. HC 330.3
El plan de Dios para los ancianos—Se hace constantemente hincapié en la necesidad de cuidar a nuestros hermanos y hermanas ancianos que no tienen hogares. ¿Qué puede hacerse por ellos? La luz que el Señor me ha dado ha sido repetida: No es lo mejor establecer instituciones para el cuidado de los ancianos, a fin de que puedan estar juntos en compañía. Tampoco se los debe despedir de la casa para que sean atendidos en otra parte. Que los miembros de cada familia atiendan a sus propios parientes. Cuando esto no es posible, la obra incumbe a la iglesia, y debe ser aceptada como un deber y privilegio. Todos los que tienen el espíritu de Cristo considerarán a los débiles y ancianos con respeto y ternura especiales.9Joyas de los Testimonios 2:509, 510. HC 331.1
Un privilegio que causa gozo—Para los hijos, el pensar en que contribuyeron a la comodidad de sus padres será motivo de satisfacción para toda la vida y les infundirá gozo especial cuando ellos mismos necesiten simpatía y amor. Aquellos cuyo corazón rebose de amor tendrán por inestimable el privilegio de suavizar para sus padres el descenso a la tumba. Se regocijarán por haber podido infundir consuelo y paz en los postreros días de sus amados padres. Obrar de otra manera, negar a los ancianos indefensos el bondadoso ministerio de hijos e hijas, llenaría de remordimiento el alma de éstos, y sus días de pesar, si no tuviesen el corazón endurecido y frío como una piedra.10The Review and Herald, 15 de noviembre de 1892. HC 331.2