El amor de Cristo constituye nuestro cielo. Pero cuando procuramos hablar de este amor, el lenguaje nos falta. Pensamos en su vida sobre la tierra, en su sacrificio por nosotros; pensamos en su obra en los cielos como nuestro abogado, en las mansiones que está preparando para los que le aman; y no podemos menos que exclamar: “¡Qué altura y qué profundidad del amor de Cristo!” Al detenernos al pie de la cruz captamos una leve idea del amor de Dios, y decimos: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. 1 Juan 4:10. Pero al contemplar a Jesús apenas estamos tocando el borde de un amor que es inmensurable. Su amor es como un vasto océano, sin fondo ni orillas.—The Review and Herald, 6 de mayo de 1902. 1MCP 252.5