No hemos de suponer que, desde la transgresión de Adán, Dios haya dado a los seres humanos un nuevo orden de energía y pasiones, porque entonces parecería como que Dios hubiera intervenido para implantar en la raza humana propensiones pecaminosas. Cristo comenzó su obra de conversión tan pronto el hombre transgredió, para que por medio de la obediencia a la ley de Dios y la fe en Cristo pudiera recuperar la perdida imagen de Dios.—Manuscrito 60, 1905. 1MCP 43.1