Los que no entienden que es un deber religioso disciplinar la mente para que se espacie en temas alegres, por lo general se sitúan en uno de estos dos extremos: o están eufóricos como consecuencia de una continua ronda de entretenimientos excitantes, de entregarse a conversaciones frívolas, con risas y bromas; o están deprimidos, con grandes pruebas y conflictos mentales, que creen que pocos han experimentado o están en condiciones de comprender. Estas personas pueden profesar el cristianismo, pero se están engañando a sí mismas.—The Signs of the Times, 23 de octubre de 1884; Counsels on Health, 628, 629. 2MCP 133.3