Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Lucas 24:48, 49. RP 167.1
Después del derramamiento del Espíritu Santo, e investidos con la armadura divina, los discípulos salieron con el propósito de testificar acerca de las maravillosas historias del pesebre y de la cruz. Aunque sencillos, estos hombres llevaron la verdad. Después de la muerte del Señor, el grupo se sintió desamparado, frustrado y desanimado; como ovejas sin pastor. Sin embargo, ahora salieron a testificar de la verdad sin más armamento que la Palabra y el Espíritu de Dios que les dieron el poder para vencer toda oposición. El Salvador había sido rechazado, condenado y clavado a una cruz ignominiosa. Los sacerdotes judíos y las autoridades habían declarado con desdén: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz y creeremos en él”. Mateo 27:42. RP 167.2
Sin embargo, aunque la cruz fue un instrumento de tortura y vergüenza, llegó a ser símbolo de esperanza y salvación para el mundo. Los creyentes fueron reanimados; la desesperanza y la sensación de desamparo los abandonó. Entonces, y en virtud de que ahora estaban unidos por los lazos del amor de Cristo, el carácter les fue transformado. Desprovistos de riquezas, y aunque por la manera de expresarse los demás los consideraban como pescadores ignorantes, en virtud de la obra del Espíritu Santo llegaron a ser poderosos testigos de Cristo. Sin honras terrenas o reconocimiento social, fueron héroes de la fe. De sus labios brotaron elocuentes palabras divinas que estremecieron al mundo. RP 167.3
Los capítulos tercero, cuarto y quinto de Hechos registran los detalles de su testificación. Los que rechazaron y crucificaron al Salvador esperaban que los desanimados y cabizbajos discípulos volvieran las espaldas al Señor. Sin embargo, atónitos tuvieron que escuchar el audaz testimonio que ellos dieron con el poder del Espíritu Santo. Las palabras y obras de los apóstoles representaron tan bien las expresiones y el ministerio de su Maestro, que los demás no pudieron menos que reconocer que hablaban en forma semejante a Cristo como resultado de haber aprendido de él. “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Hechos 4:33.—The Ellen G. White 1888 Materials, 1543. RP 167.4