Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura. Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley. Nehemías 8:8, 9. RP 273.1
Nehemías y Esdras fueron hombres que estuvieron a la altura de las circunstancias. El Señor tenía una obra especial para ellos. Debían exhortar al pueblo a que recapacitara en su conducta y viera dónde había fallado, pues sin una causa el Señor no habría permitido que su pueblo quedara indefenso y confundido y fuera llevado en cautiverio. Dios bendijo especialmente a estos hombres por defender la rectitud. Nehemías no fue consagrado como sacerdote ni profeta, pero el Señor lo usó para que hiciera una obra especial. Aunque se lo eligió como caudillo del pueblo, su fidelidad a Dios no dependió de su cargo. RP 273.2
El Señor no permitirá que su obra sea estorbada, aunque los obreros sean indignos. El tiene una reserva de hombres preparados para hacer frente a la necesidad, y para que su obra se preserve de toda influencia contaminadora. El recibirá el honor y la gloria. Cuando el Espíritu divino impresiona la mente del hombre designado por Dios como idóneo para la tarea, él responde diciendo: “Heme aquí, envíame a mí”. RP 273.3
El Señor mostró al pueblo, por quien había hecho tanto, que no toleraría sus pecados. No actuó por medio de los que se negaban a servirlo con sinceridad de propósitos, y que se habían corrompido delante de él, sino mediante Nehemías, pues éste estaba registrado en los libros del cielo como un hombre. Dios ha dicho: “Honraré a los que me honran”. Nehemías demostró que era un hombre a quien el Señor podía usar para derribar falsas reglas y para restaurar los principios emanados del cielo; y Dios lo honró. El Señor quiere usar en su obra a hombres que sean como el acero en su lealtad a lo que es eterno, y que no se dejen desviar por las sofisterías de los que han perdido su visión espiritual.—The Review and Herald, 2 de mayo de 1899. RP 273.4