Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. 2 Corintios 7:1. RP 304.1
El Señor nos envía advertencias, consejos y reproches para que tengamos oportunidad de corregir nuestros errores antes de que se conviertan en una segunda naturaleza. Pero si rehusamos ser corregidos, Dios no interviene para contrarrestar las tendencias de nuestra propia conducta. No obra un milagro para que no brote y produzca fruto la semilla sembrada. La persona que se muestra temerariamente infiel, o que manifiesta una impasible indiferencia ante la verdad divina, no está más que recogiendo la cosecha que él mismo sembró. Tal ha sido la experiencia de muchos. Escuchan con estoica pasividad las verdades que una vez conmovieron sus corazones. Sembraron descuido, indiferencia y resistencia a la verdad, y tal es la cosecha que ahora obtienen. RP 304.2
La frialdad del hielo, la dureza del hierro, la naturaleza impenetrable e inimpresionable de la roca, todo esto encuentra una equivalencia en el carácter de muchos cristianos profesos. Así fue como el Señor endureció el corazón de Faraón. Dios habló al rey egipcio por boca de Moisés, dándole las evidencias más notables del poder divino; pero el monarca tercamente rehusó la luz que lo hubiera conducido al arrepentimiento. Dios no envió un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey rebelde, pero, como resistió a la verdad, el Espíritu Santo se retiró, y el Faraón quedó en las tinieblas y la incredulidad que había elegido. RP 304.3
Los hombres se separan de Dios al rehusar la influencia del Espíritu. El Señor no tiene en reserva un agente más poderoso para iluminar sus mentes. Así, ninguna revelación de su voluntad puede alcanzarlos en su incredulidad. RP 304.4
Ojalá pudiera guiar a cada profeso seguidor de Cristo a ver este asunto tal cual es. Todos estamos sembrando, ya sea para la carne o para el Espíritu, y segamos la cosecha de la semilla que sembramos. Al elegir nuestros placeres o tareas, sólo debiéramos buscar aquellas cosas que son excelentes. Lo frívolo, lo mundano, lo envilecedor no deberían tener poder para controlar los afectos o la voluntad.—The Review and Herald, 20 de junio de 1882. RP 304.5