Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos. Efesios 1:18. RP 102.1
El apóstol Pablo suplica: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza”. Efesios 1:17-19. Sin embargo, la mente primero debe adaptarse a la naturaleza de la verdad a ser investigada. Los ojos del entendimiento también tienen que ser iluminados. Además, el intelecto y el corazón deben ponerse en armonía con Dios, que es la verdad. RP 102.2
El que contemple a Cristo con los ojos de la fe no verá gloria en sí mismo, por cuanto la que refleje su mente y corazón corresponderá a la gloria del Redentor. Siendo que la expiación fue realizada por su sangre, el gozo de la liberación del pecado conmoverá su corazón con gratitud. Al ser justificado por Jesús, el receptor de la verdad recibe el impulso de rendirse totalmente a Dios, y sólo entonces es admitido en la escuela de Cristo, para aprender del que es manso y humilde de corazón. Al difundirse el conocimiento del amor de Dios en el corazón, el creyente exclama: ¡Oh, que amor! ¡Qué condescendencia! Apropiado de las ricas promesas de fe, llega a ser participante de la naturaleza divina. Al vaciarse el corazón del yo, las aguas de vida fluyen hacia el interior y entonces la gloria del Señor brilla en él. Mediante la continua contemplación de Cristo, lo divino asimila lo humano. Así es como el creyente es transformado a su semejanza. RP 102.3
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria—de un carácter a otro—en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. 2 Corintios 3:18. El carácter humano se transforma a la semejanza divina. Son los ojos espirituales los que pueden discernir esta gloria. Permanece velada, encubierta en el misterio, hasta que el Espíritu Santo imparte discernimiento al creyente.—The Review and Herald, 18 de febrero de 1896. RP 102.4