“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto”. La experiencia de Israel, referida en estas palabras del apóstol y registrada en los (Salmos 105 y 106), contiene lecciones de amonestación que el pueblo de Dios en estos últimos días necesita estudiar especialmente. Insto a que estos capítulos sean leídos por lo menos una vez por semana. TM 98.2
“Mas estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar”. TM 99.1
A oídos de todo Israel, Dios había hablado con terrible majestad sobre el monte Sinaí, declarando los preceptos de su ley. El pueblo, abrumado por el sentido de su culpa, y temiendo ser consumido por la gloria de la presencia del Señor, había rogado a Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos”. Dios llamó a Moisés a que subiera al monte a fin de comunicarle las leyes para Israel, pero ¡cuán rápidamente se disipó la solemne impresión hecha sobre ese pueblo por la manifestación de la presencia de Dios! Aun los dirigentes de la multitud parecían haber perdido la razón. El recuerdo de su pacto con Dios, su terror cuando, cayendo sobre sus rostros, habían temido y temblado sobremanera, todo se había disipado como el humo. Aun cuando la gloria de Dios continuaba siendo un fuego devorador sobre la cumbre del monte, sin embargo, cuando Moisés desapareció de la vista, los viejos hábitos de pensamiento y sentimiento comenzaron a ejercer su poder. El pueblo se cansó de esperar el regreso de Moisés, y comenzó a clamar por alguna representación visible de Dios. TM 99.2
Aarón, que había sido dejado a cargo del campamento, cedió a sus exigencias. En vez de ejercer fe en Dios, confiando en que el poder divino lo sostendría, fue inducido a creer que si resistía a las demandas del pueblo, le quitarían la vida, e hizo como querían. Reunió los ornamentos de oro, hizo un becerro de fundición, y le dio forma con buril. Los dirigentes del pueblo declararon: “Israel, éstos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”. Cuando Aarón vio que la imagen que había modelado agradaba al pueblo, se sintió orgulloso de su obra de artífice. Edificó un altar ante el ídolo, “y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová. Y al día siguiente madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron ofrendas de paz; y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse”. Bebieron e hicieron fiesta, y se entregaron a la alegría y a las danzas, que terminaron en las orgías vergonzosas que caracterizaban el culto pagano de los falsos dioses. TM 99.3
Dios en el cielo contempló todo aquello, y advirtió a Moisés de lo que estaba ocurriendo en el campamento, diciendo: “Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes. y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo”. TM 100.1
Cuando Moisés descendió del monte con las dos tablas del testimonio en sus manos oyó la gritería del pueblo, y al acercarse contempló el ídolo y la multitud rebelde. Abrumado de horror e indignación porque Dios había sido deshonrado, y el pueblo había quebrantado su solemne pacto con él, arrojó al suelo las dos tablas de piedra y las rompió al pie del monte. Aunque su amor por Israel era tan grande que estaba dispuesto a poner su propia vida por el pueblo, sin embargo su celo por la gloria de Dios lo enojó, y ese enojo halló expresión en ese acto de tan terrible significado. Dios no lo reconvino. El haber roto las tablas de piedra era sólo una representación del hecho de que Israel había quebrantado el pacto que tan recientemente había hecho con Dios. El texto bíblico “Airaos, pero no pequéis”, se refiere a la justa indignación contra el pecado, que surge del celo por la gloria de Dios, y no al enojo promovido por la ambición del amor propio herido. Tal fue el enojo de Moisés. TM 100.2
“Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel. Y dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho este pueblo, que has traído sobre él tan gran pecado? Y respondió Aarón: No se enoje mi señor; tú conoces al pueblo, que es inclinado a mal. Porque me dijeron: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; que a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido”. Y vio Moisés “que el pueblo estaba desenfrenado, porque Aarón lo había permitido, para vergüenza entre sus enemigos”. TM 101.1
Se nos da la advertencia: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Notad la influencia de sus excesos y su fanatismo en el servicio del gran obrero maestro que es Satanás. Tan pronto como el malvado tuvo al pueblo bajo su dominio, hubo exhibiciones de carácter satánico. El pueblo comió y bebió sin dedicar un solo pensamiento a Dios y su misericordia, a la necesidad de resistir al diablo, que los estaba incitando a cometer los actos más vergonzosos. El mismo espíritu se manifestó en el sacrilego banquete de Belsasar. Hubo júbilo y danzas, hilaridad y cantos, y se llegó a una infatuación que seducía los sentidos; luego vino la complacencia de pasiones desordenadas y lujuriosas: todo esto se mezcló en la lamentable escena. Dios había sido deshonrado; su pueblo se había convertido en una vergüenza a la vista de los paganos. Los juicios estaban por caer sobre esa multitud infatuada y entontecida. Sin embargo, Dios en su misericordia les dio una oportunidad para perdonarles sus pecados. TM 101.2
“Se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová?” Los pregoneros tomaron sus palabras y las repitieron al son de trompetas: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví”. Todos los que estaban arrepentidos tenían el privilegio de hacer su decisión colocándose junto a Moisés. “Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres”. No hubo parcialidad, hipocresía ni confederación para defender a los culpables, pues el terror de Jehová estaba sobre el pueblo. TM 102.1
Los que habían mostrado tan poco sentido de la presencia y la grandeza de Dios, y que, aun después de la exhibición de su majestad, no vacilaron en apartarse del Señor, hubieran sido una trampa constante para Israel. Fueron muertos como una reprensión para el pecado, y para poner en el pueblo el temor de deshonrar a Dios. TM 102.2
No puedo seguir considerando ahora esta historia, pero os ruego a vosotros, que estáis en cada ciudad, en cada pueblo, en cada casa; pido a todo individuo, que estudie la lección que enseña este pasaje, teniendo en cuenta las palabras de la inspiración: “El que piensa estar firme, mire que no caiga”. Aquí se presenta la única predestinación que hallamos en la Palabra de Dios. Sólo aquellos que ponen atención para no caer serán aceptados finalmente. No puede haber presunción más fatal que la que induce a los hombres a aventurarse en la conducta del que se agrada a sí mismo. En vista de esta solemne advertencia de Dios, ¿no debieran poner atención los padres y las madres? ¿No debieran señalar fielmente a los jóvenes los peligros que se levantan constantemente para apartarlos de Dios? Muchos permiten que los jóvenes asistan a reuniones de placer, pensando que las diversiones son esenciales para la salud y la felicidad; pero, ¡qué peligros hay en esa senda! Cuanto más se complace el deseo de placer, tanto más se cultiva y tanto más se fortalece, hasta que la complacencia propia y la diversión llegan a constituir la mayor parte de la experiencia en la vida. Dios nos pide que nos cuidemos. “El que piensa estar firme, mire que no caiga”.*[Estudio adicional: Véase la palabra “Youth” en el General Index (Índice general) de Testimonies, tomo 2.] TM 103.1
Debemos llegar a una posición tal en que toda diferencia sea eliminada. Si yo creo que tengo luz, cumpliré mi deber en presentarla. Si yo consultara a otros con respecto al mensaje que el Señor quiere darme para nuestro pueblo, la puerta podría cerrarse de manera que la luz no llegaría a las personas a quienes Dios la había enviado. Cuando Jesús entraba cabalgando en Jerusalén, “toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. El, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían”.—The Review and Herald, 18 de febrero de 1890. TM 104.1
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Hermanos míos, en su gran misericordia y amor, Dios os ha dado gran luz, y Cristo os dice: “De gracia recibisteis, dad de gracia”. Dejad que la luz concedida a vosotros brille sobre los que se encuentran en tinieblas. Regocijémonos y alegrémonos de que Cristo no solamente nos ha dado su Palabra, sino que nos ha dado también el espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de Dios, y de que en su fuerza podemos ser más que vencedores. Cristo dice: “Venid a mí. Míos son el consejo oportuno y el juicio sano. Tengo comprensión y fuerza para vosotros”. Por la fe debemos descansar en Jesús recordando las palabras de uno que por inspiración divina escribió: “Tu benignidad me ha engrandecido”. Pedid a Dios que os dé una medida abundante del aceite de su gracia. Considerad cuidadosamente cada palabra, ora sea escrita o hablada.—The Review and Herald, 22 de diciembre de 1904. TM 104.2