Tal como hemos visto en el prólogo de esta edición, este libro, Testimonios para los Ministros, está constituido por material obtenido de diversas fuentes, principalmente de artículos escritos por Elena G. de White y que aparecieron en la Review and Herald, y folletos que contenían testimonios para la Iglesia de Battle Creek y algunos dirigentes de la causa. La mayor parte del contenido de este libro fue escrito entre los años 1890 y 1898. Hay algún material anterior y posterior a esos años que se publica también con el propósito de reforzar ciertos consejos de la pluma inspirada. El capítulo 1, “La Iglesia de Cristo”, nos asegura de la tierna consideración con que Dios trata a su iglesia, y contiene promesas definidas acerca del triunfo final de ella. A estos siguen amonestaciones y consejos dirigidos a ministros y administradores. TM XV.1
La década iniciada con el año 1890 fue un período interesante, aunque un poco agitado, de la historia de los adventistas. La iglesia estaba creciendo; al final de ese lapso tenía más del doble de su número de miembros. Los obreros entraron con rapidez en nuevos países. Se fundaron instituciones tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo. La organización original decidida en el primer congreso de la Asociación General celebrado en 1863 resultaba ya inadecuada. Algunas antiguas instituciones se estaban desarrollando rápidamente y estaban adquiriendo popularidad tanto frente a la iglesia como frente al mundo. Este desarrollo estaba rodeado de muchos peligros, desde el liberalismo por una parte hasta la unificación y la centralización por la otra. Además, durante todo ese período recibimos la influencia y experimentamos las consecuencias del congreso de la Asociación General celebrado en 1888 en Minneapolis, Minnesota, en el transcurso del cual se discutieron acaloradamente y por mucho tiempo ciertos asuntos doctrinales importantes. Una cantidad de hombres, identificados con un bando o con el otro, dejaron que sus decisiones recibieran la influencia no sólo de los argumentos doctrinales presentados, sino de las actitudes que se manifestaron en esa ocasión hacia los consejos del espíritu de profecía. En algunos casos esas actitudes no eran las mejores. Durante la mayor parte de ese tiempo Elena de White estaba en Australia trabajando para establecer la obra en ese territorio nuevo, y dirigiendo a los hermanos en la fundación de un colegio y un sanatorio. TM XV.2
Este libro lleva como título Testimonios para los Ministros. No está dedicado fundamentalmente a dar instrucción respecto a cómo debe llevarse a cabo la obra del ministro, como es el caso de Obreros Evangélicos. Contiene, en cambio, mensajes de amonestación, advertencia, reprensión y consejo para los ministros de la iglesia, y en él se da atención especial a los peligros que acechan especialmente a los hombres que ocupan cargos de responsabilidad. Algunas de las reprensiones son enérgicas, pero se da la seguridad de que Dios en su disciplina “reprueba, reprende, castiga; pero lo hace solamente para poder restaurar” (pág. 23). TM XVI.1
Las reprensiones y los consejos dirigidos a los ministros, y especialmente a los administradores, no fueron publicados inicialmente por Elena G. de White, sino por el presidente de la Asociación General, y más tarde por la Junta Directiva de la Asociación General. La mayor parte de estos mensajes fueron dirigidos originalmente al presidente de la Asociación General, el pastor O. A. Olsen, y a sus colaboradores en la obra administrativa, particularmente en Battle Creek. El y su junta imprimieron estos folletos para que sus colegas en el ministerio y la administración pudieran recibir el beneficio de las reprensiones que señalaban errores, y los consejos y las expresiones de ánimo relacionados con esas reprensiones. TM XVI.2
Al repasar ciertas situaciones producidas en el curso de la historia de nuestra iglesia y que constituyen el motivo de los mensajes escritos por la Hna. White en la década comenzada en 1890, descubrimos ciertos hechos que nos permiten comprender mejor esos mensajes. Volvamos hacia atrás las páginas de la historia y consideremos algunos acontecimientos importantes de ella. TM XVII.1
Desde el mismo principio, los adventistas observadores del sábado se caracterizaron por su anhelo de comprender la voluntad de Dios y andar en sus caminos. En su espera de lo venida del Señor a mediados de la década iniciada en 1840, habían observado que las iglesias protestantes importantes, con sus credos bien definidos, a pesar de eso se apartaron de las grandes verdades enseñadas por la Palabra de Dios. Muchos de esos adventistas habían sido eliminados de los registros de esas iglesias debido a su esperanza adventista, que estaba basada en las Escrituras. Habían visto a sus ex hermanos asumir una actitud de activa oposición a todos los que sostenían y difundían las verdades de la Biblia. Esta situación los indujo a manifestar temor por el formalismo y la organización eclesiástica. Pero al abrirse el camino para la proclamación del mensaje del tercer ángel, paralelamente surgió la necesidad de organización, y en enero de 1850 Elena G. de White recibió la revelación de que los adventistas observadores del sábado debían llevar a cabo su obra en orden, porque “todo en el cielo funciona en perfecto orden” Manuscrito No 11, de 1850. TM XVII.2
Durante la década que comienza con el año 1850, se hicieron fervientes esfuerzos para lograr algún tipo de organización. Esos esfuerzos culminaron en 1860 con la elección del nombre “Adventistas del Séptimo Día”, y en 1861 con el plan de organizar iglesias y asociaciones. Más tarde, en 1863, las asociaciones se reunieron para formar la Asociación General. TM XVIII.1
Se ejerció mucho cuidado para evitar la formulación de un credo, porque pareció conveniente que la iglesia no se atara a una lista de creencias, y que por eso mismo fuera libre de seguir la dirección divina tal como se manifestaba por medio del estudio de la Palabra de Dios y las revelaciones del espíritu de profecía. Un excelente mensaje, que repasa las providencias de Dios al poner orden en la iglesia, aparece desde la página 24 hasta la 32 de este libro. TM XVIII.2
Cuando se organizó la Asociación General en 1863, se eligió una junta constituida por tres personas. En ese tiempo la organización estaba formada por unas cuantas asociaciones y una imprenta ubicada en Battle Creek, Míchigan. En lo que concierne a la evangelización, los pastores adventistas comenzaron a tener un éxito creciente. Su obra consistía principalmente en predicar las doctrinas distintivas del mensaje evangélico, incluso el sábado, el estado de los muertos, la segunda venida de Cristo y el santuario. Muchos de ellos entraron en discusiones y debates acerca de la ley de Dios y otras verdades bíblicas vitales. Sin darse cuenta, algunos de los que se enfrascaron en esas discusiones desarrollaron confianza propia y un espíritu de seguridad, dependencia propia y agresividad. A su debido tiempo estos rasgos de carácter produjeron malos frutos. TM XVIII.3
El desarrollo de algunas instituciones siguió rápidamente a la organización de la Asociación General. Después de la visión que recibió Elena G. de White, en diciembre de 1865, se habló de fundar una institución médica, y en respuesta a ello los dirigentes inauguraron una pequeña institución de salud en Battle Creek, en septiembre de 1866. Menos de una década después, debido a los mensajes provenientes de la pluma de Elena G. de White, se fundó una escuela. En 1874 se edificó el colegio de Battle Creek. De ese modo, se desarrollaron en esa ciudad tres grandes instituciones, que atrajeron a un número creciente de adventistas al centro denominacional que comenzó a crecer con rapidez. Se llamó a experimentados hombres de negocios para que administraran esas instituciones. A medida que crecían, se desarrollaban y prosperaban los intereses administrativos, algunos de esos hombres llegaron a confiar más en su capacidad administrativa que en los mensajes que Dios daba para dirigirlos. Para ellos, los negocios eran los negocios. TM XIX.1
Antes que la década transcurriera, la organización enfrentaba la lucha que se entabló entre un programa educacional fundado en el espíritu de profecía y otro similar con base mundanal, dirigido por hombres formados por los sistemas y métodos mundanos. TM XIX.2
Los pioneros de la Iglesia Adventista eran mayormente autodidactas. Eran hombres consagrados, hábiles y expertos. Basta leer sus escritos para verificarlo. Pero conscientes de sus limitaciones académicas, se sentían muy humildes. Cuando apareció en medio de ellos, a comienzos de la década de 1880, un educador diplomado, no es sorprendente que lo apoyaran y le confiaran un puesto importante en la obra educacional. Ubicado demasiado pronto en un cargo de suma responsabilidad, cuando sabía poco de la doctrina y la historia de los adventistas, ese hermano resultó incapaz de asumir las responsabilidades que se le habían confiado. TM XIX.3
Las circunstancias resultaron muy difíciles, y tanto los dirigentes como los hermanos en general en Battle Creek comenzaron a dividirse en partidos. Algunos se pusieron bajo la dirección del educador diplomado, mientras otros trataron de mantenerse firmes de parte de los consejos del espíritu de profecía. El resultado final fue desastroso, tanto para el colegio como para la experiencia de las personas implicadas. El colegio de Battle Creek no funcionó durante un año entero. Las cosas que se dijeron y las actitudes que se asumieron dejaron su marca en la experiencia de no pocos dirigentes y miembros de iglesia. TM XX.1
En ese período se publicaron los artículos que aparecen en el tomo 5 de los Testimonios en inglés, páginas 9 al 98, y que vieron la luz primeramente bajo el título de Testimonies for the Battle Creek Church (Testimonios para la Iglesia de Battle Creek). Ese folleto se refería no sólo a lo que se publicó más tarde en el tomo 5 de los Testimonios, sino que contenía referencias que tenían que ver con ciertas personas y circunstancias de Battle Creek. Basta leer los títulos para percibir la atmósfera reinante en esa época. El segundo capítulo, “Nuestro Colegio”, tiene los siguientes subtítulos: “La Biblia como Libro de Texto”, “El Propósito del Colegio”, “Los Maestros y el Colegio”. Los siguientes capítulos llevan estos títulos: “Preparación para los Padres”, “Un Testimonio Importante”, “Se Desprecian los Testimonios”, “Los Obreros en Nuestro Colegio”, “Se Condenan los Celos y la Crítica”. TM XX.2
Eran días difíciles aquellos en que Elena G. de White asistió en 1883 al congreso de la Asociación General celebrado en Battle Creek. En esa ocasión fue dirigida por Dios para celebrar una serie de reuniones matutinas en beneficio de los pastores adventistas, en las que les presentó algunos asuntos y consejos prácticos. Entre ellos se destaca uno dedicado a “Cristo, nuestra justicia”. Véase—Selected Messages 1:750-754. Estas circunstancias históricas nos explican la razón de los consejos de Elena G. de White que encontramos en esta obra. TM XX.3
Aunque la iglesia había enviado ya a J. N. Andrews a Europa en 1874 y se encontraba dedicada a la construcción del colegio, recién en la década iniciada en 1880 comenzó un período de notable progreso misionero y desarrollo institucional. En 1882 se fundaron dos nuevas escuelas, una en Healdsburg, California, y la otra en South Lancaster, Massachusetts. En 1885 se fundó la editorial de Basilea, Suiza, en la recientemente construida Casa Central de Publicaciones. Ese mismo año se envió obreros a Australia, y pronto se fundó en Melbourne la Compañía Editora Eco. La presencia personal de Elena G. de White en Europa desde 1885 hasta 1887 infundió fortaleza y ánimo a la obra en los países que visitó. TM XXI.1
Al repasar ciertos puntos del desarrollo de la historia de la iglesia, resulta evidente la realidad del conflicto entre las fuerzas del bien y las del mal. El movimiento que había surgido era la Iglesia Remanente de la profecía, con el mensaje de Dios para este tiempo. El gran adversario hizo todo lo posible para destruir la obra. TM XXI.2
Uno de los medios más eficaces empleados por el enemigo consistió en inducir a hombres buenos a que asumieran actitudes que finalmente iban a obstaculizar la obra que amaban. Se lo pudo percibir en el espíritu que manifestaron los que se dedicaron a discusiones y debates. Se lo vio también en la actitud asumida por los hombres de negocios relacionados con la causa. Se lo pudo palpar en la experiencia de los misioneros que habían ido a países nuevos quienes, por tener un concepto estrecho de la obra, encontraron dificultades para avanzar en la forma en que Dios quería que lo hicieran. Se lo pudo vislumbrar en la tendencia manifestada por algunos de depender de los dirigentes de Battle Creek a fin de recibir su consejo hasta para resolver los problemas más menudos de la labor misionera realizada en lugares muy lejanos. Se lo pudo ver también en el caso de algunos dirigentes de Battle Creek, sumamente recargados con las tareas de las instituciones, que al mismo tiempo trataban de dar órdenes minuciosas para llevar adelante la obra en tierras distantes de las cuales poco sabían. TM XXI.3
Cuando la Iglesia Adventista llegó al final de 1887, su feligresía en todo el mundo llegaba a 25.841 miembros, con 26 asociaciones y una misión en América del Norte, y cuatro asociaciones y seis misiones en los campos de ultramar. La Junta de la Asociación General estaba constituida por siete hombres, habiendo sido ampliada con mucha parsimonia en 1882 de tres a cinco miembros, y en 1886 de cinco a siete. TM XXII.1
Para encargarse de los asuntos legales se organizó la Corporación Legal de la Asociación General con una junta de cinco fideicomisarios. TM XXII.2
Varias ramas de la obra se habían desarrollado de tal manera que formaban organizaciones semiautónomas, tales como “La Asociación Internacional de la Escuela Sabática”, “Asociación de Salud y Temperancia” y “La Asociación Internacional Misionera y de Publicaciones”. TM XXII.3
Tal como lo vimos, durante dos años, desde mediados de 1885 a 1887, Elena G. de White estuvo en Europa. La vemos después regresar a Estados Unidos para residir en su casa de Healdsburg, California. TM XXII.4
Dos editoriales funcionaban en aquel entonces en Estados Unidos: la Review and Herald en Battle Creek, Míchigan, y la Pacific Press en Oakland, California. Estas dos imprentas realizaban una cantidad considerable de trabajo comercial para ocupar plenamente su equipo y su personal, a fin de disponer de los equipos necesarios para imprimir las publicaciones de la iglesia. En cada una de estas editoriales se publicaba un periódico importante: La Review and Herald en Battle Creek, y el Signs of the Times (Las señales de los tiempos) en Oakland. TM XXIII.1
Durante los años precedentes surgieron algunas diferencias de opinión que se manifestaron en artículos publicados en estos dos periódicos, referentes al tema de la ley tal como aparece en Gálatas. En cada caso los redactores de los periódicos encabezaban opiniones opuestas. Elena G. de White, mientras se encontraba en Suiza, escribió a los redactores del Signs of the Times aconsejándoles que no publicaran artículos en los que aparecieran opiniones divergentes. Encontramos este mensaje en Counsels to Writers and Editors, 75 a 82. TM XXIII.2
El congreso de la Asociación General de 1888 se celebró en Minneapolis, Minnesota, del 17 de octubre al 4 de noviembre de ese año. Fue precedido por un instituto bíblico de una semana de duración, en el que se discutió si los hunos o los alemanni debieran constituir uno de los diez reinos de (Daniel 2 y 7), y de Apocalipsis 13. Urías Smith, director de la Review and Herald, asumió cierta posición, y A. T. Jones, director del Signs of the Times tomó la posición contraria. E. J. Waggoner, también de la Pacific Press, dio algunos estudios acerca de la expiación y la Ley de Dios, y el pastor Jones habló sobre la justificación por la fe. Estas discusiones continuaron durante el congreso, y de vez en cuando hubo acalorados debates. Algunos de los pastores habían llegado al congreso para ventilar ciertos asuntos en lugar de estudiar la verdad. Elena G. de White estaba presente, invitó a todos que consideraran estos asuntos con corazones y mentes abiertos, e instó a que estudiaran cuidadosamente y con oración los temas que se estaban discutiendo. TM XXIII.3
De alguna manera las distintas posiciones asumidas llegaron a identificarse con ciertos hombres. Para muchos, el mensaje de la justificación por la fe los tocó, y respondieron con el corazón y el alma para lograr una experiencia victoriosa en su vida cristiana personal. Otros se identificaron con ciertos dirigentes cautelosos y conservadores de Battle Creek, que vieron peligros en algunas de las enseñanzas presentadas. Cuando el congreso terminó, esos hombres no habían recibido la bendición que Dios tenía preparada para ellos. TM XXIV.1
No tenemos noticia de los discursos que se presentaron en ese congreso fuera de los de Elena G. de White, porque en aquel tiempo no se tenía la costumbre de publicar los discursos presentados. Se publicó un boletín de la Asociación General, pero era una hojita con noticias acerca de los acontecimientos del congreso relativas mayormente a asuntos administrativos. No se tomó ningún acuerdo con respecto a los temas bíblicos considerados. TM XXIV.2
En esa ocasión se eligió presidente de la Asociación General al pastor O. A. Olsen, que se encontraba en Europa. El 27 de noviembre de 1888 Guillermo C. White, miembro de la Junta Directiva de la Asociación General, le escribió al pastor Olsen que “los delegados al final del congreso se fueron con impresiones contradictorias. Muchos creyeron que habían asistido a la reunión más provechosa de su vida; otros consideraron que había sido el congreso más desafortunado que hayamos celebrado hasta ahora”. TM XXIV.3
Elena G. de White pasó mucho tiempo en el campo durante los siguientes dos años, tratando de lograr que las iglesias y las asociaciones tuvieran una comprensión más profunda y plena de la importancia del mensaje de la justificación por la fe. Se refirió a esa verdad bíblica diciendo que aunque era “nueva para muchas mentes”, en realidad era “una verdad antigua presentada en nueva forma” Elena G. de White,—The Review and Herald, 23 de julio de 1889. TM XXV.1
Pudo informar durante el siguiente congreso de la Asociación General, celebrado en Battle Creek desde el 18 de octubre hasta el 5 de noviembre de 1889, que “no existe aquí el espíritu que hubo en la reunión de Minneapolis. Todo se mueve en armonía. Hay una gran concurrencia de delegados. Tiene buena asistencia nuestro culto de las 5 de la mañana, y las reuniones son buenas. Todos los testimonios que hemos escuchado han sido de un carácter elevador. Dicen [los hermanos] que el año pasado ha sido el mejor de sus vidas. La luz que brilla de la Palabra de Dios ha sido clara y nítida: La justificación por la fe; Cristo, nuestra justicia. Las experiencias han sido muy interesantes. TM XXV.2
“He asistido a todas las reuniones de la mañana con excepción de dos. A las 8, el Hno. Jones habló acerca del tema de la justificación por la fe, y se manifestó un gran interés. Hay un crecimiento en la fe y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.—Mensajes Selectos 1:423, 424. TM XXV.3
Desgraciadamente, varios dirigentes de la obra, relacionados con la Asociación General y nuestras instituciones de Battle Creek, echaron su suerte con la oposición y constituyeron en el mismo corazón de la iglesia un duro núcleo rebelde. En los años siguientes, muchos de los que se habían ubicado en ese campo se dieron cuenta de su equivocación y confesaron de buen grado su error. Pero hubo algunos que resistieron tenazmente. Algunos de ellos, relacionados con la administración de la iglesia y de nuestras instituciones, ejercieron su influencia hasta bastante después de 1890. A ellos se refirió Elena G. de White en 1895 cuando escribió lo que aparece en la página 663 de este libro: “La justicia de Cristo por la fe ha sido ignorada por algunos porque es contraria a su espíritu y a toda la experiencia de su vida”. TM XXV.4
En esta obra, a partir de la página 76, vamos a encontrar frecuentes referencias al congreso de Minneapolis y a sus consecuencias ulteriores, como asimismo a la experiencia de algunos de los que estuvieron implicados en estas circunstancias. TM XXVI.1
En el congreso de 1888 la junta directiva de la Asociación General cambió fundamentalmente. El pastor O. A. Olsen fue invitado a venir de Europa para hacerse cargo de la presidencia en lugar del pastor Jorge I. Butler. Este pastor estaba enfermo, y aunque no se encontró presente en el congreso de Minneapolis, se puso de parte de los que asumieron una actitud negativa en este asunto. Pidió licencia por algún tiempo para cuidar de su esposa inválida, y lo hizo durante diez años o más. Después regresó para bien a la obra, y nuevamente ocupó cargos de responsabilidad en la organización. TM XXVI.2
Al pastor Olsen, que simpatizaba plenamente con el énfasis que se le estaba dando a la verdad relativa a la justificación por la fe, y que siempre había sido leal a los consejos del espíritu de profecía, le resultó difícil enfrentar algunos de los problemas que encontró en Battle Creek. Algunos de ellos los provocaban el rápido desarrollo de las instituciones y la ampliación de la obra en Battle Creek en detrimento del progreso de la causa en otros lugares; esos problemas le resultaban especialmente complicados. TM XXVI.3
En el congreso de la Asociación General celebrado en 1889 se estudiaron los problemas derivados del funcionamiento de dos grandes editoriales, una ubicada en Battle Creek y la otra en la costa del Pacífico. Se nombró una comisión de 21 miembros para que estudiara la posibilidad de unificar los intereses editoriales de la organización. El voto establecía también que se constituyera una organización similar “con el propósito de dirigir todas nuestras actividades educacionales, y administrar nuestras propiedades, con el fin de ponerlas bajo una sola conducción general; asimismo, otra [organización] para dirigir nuestras instituciones de salud”.—General Conference Bulletin, 6 de noviembre de 1889, 149. Esta comisión presentó su informe en el congreso de 1891. La propuesta consistía en que la Corporación Legal de la Asociación General atendiera esos asuntos. Se reconoció que en vista de la gran responsabilidad depositada sobre esa organización legal, su número de miembros debería ser de 21. El congreso aprobó esas propuestas. TM XXVII.1
Los informes posteriores revelan que se dieron pasos para unificar las actividades de la iglesia en todo el mundo—las mismas que habían sido confiadas a diversas comisiones—, para ponerlas bajo la dirección de esa comisión de 21 miembros de la Corporación Legal de la Asociación General. TM XXVII.2
Los principales miembros de la Junta Directiva de la Asociación General eran también los miembros principales de la Corporación Legal. Pero, debido a que muchos de sus miembros se hallaban generalmente diseminados por todo el mundo, la consideración de los asuntos corrientes quedaba mayormente en manos de unos pocos hombres que vivían en Battle Creek, algunos de los cuales estaban profundamente implicados con las actividades administrativas de las instituciones de esa ciudad. TM XXVII.3
No todo lo que se contemplaba en el voto tomado para unificar la obra pudo cumplirse, pero se llevó a cabo lo suficiente como para iniciar un movimiento centralizador y para cargar a la Corporación Legal con las obligaciones financieras de las editoriales, las sociedades de publicaciones, las instituciones educacionales y los sanatorios de todo el mundo. Puesto que muy rara vez se podían celebrar sesiones plenarias de estas juntas, resultó inevitable que las decisiones corrientes relacionadas con los intereses de la causa en todo el mundo fueran tomadas por un puñado de hombres de Battle Creek, que en muchos casos no eran más de cuatro, cinco o seis. Mediante sus mensajes Elena G. de White se opuso a esa tendencia a la centralización, como asimismo a otras que no contaban con la aprobación de Dios. TM XXVIII.1
La situación de Battle Creek, con respecto a ambas instituciones y a la Asociación General, resulta muy bien presentada en el artículo titulado “No Tendrás Dioses Ajenos Delante de Mí”, escrito en septiembre de 1895, y que aparece en las páginas 359 a 364 de esta obra. El lector haría bien en examinar cuidadosamente esas líneas. TM XXVIII.2
El mensaje de Elena G. de White al pastor Olsen, presidente a la vez de la Asociación General y de la Corporación Legal, contiene muchos mensajes de reprensión para los que querían asumir la responsabilidad de tomar decisiones que afectaban tan profundamente la obra de la organización en todo el mundo. Mucha de la instrucción enviada al pastor Olsen se encuentra en Testimonios para los Ministros. Como ya lo hemos mencionado, él hizo imprimir esos mensajes para que esas instrucciones y amonestaciones también pudieran llegar a otras personas. TM XXVIII.3
Desgraciadamente, la política oportunista seguida por nuestras editoriales en los comienzos de su historia, que las indujo a dedicarse a tareas comerciales, había comprometido tan profundamente a esas instituciones, que se estaban dedicando casi plenamente al negocio de imprimir. En algunas ocasiones llegó al punto en que aproximadamente el 70% del material impreso era de carácter comercial y sólo el 30% de naturaleza denominacional. Las personas responsables de los intereses financieros de las editoriales consideraban que la tarea que se les había confiado era la de simples impresores, y esa actitud los indujo a aceptar para su publicación algunos manuscritos que jamás deberían haber sido impresos por la iglesia. Véase Joyas de los Testimonios 3:161 a 168), capítulo “Los Trabajos Comerciales”, y Mensajes Selectos 2:401 y 402, “Consejos Acerca de la Publicación de Libros sobre Hipnotismo”. TM XXIX.1
Al mismo tiempo, algunos de los hombres que ocupaban cargos de responsabilidad en la obra de publicaciones se apartaron de algunos importantes principios básicos relacionados con la remuneración del personal de nuestras instituciones. Se aducía que la obra había alcanzado el nivel de prosperidad en que se encontraba debido a las habilidades especiales y los talentos de los que servían en la línea administrativa; por lo tanto, esos hombres debían ser favorecidos con remuneraciones especiales que estuvieran más de acuerdo con su cargo de administradores. Como resultado de ello, algunos hombres que ocupaban puestos claves recibían sueldos que equivalían al doble del de los obreros especializados del taller. TM XXIX.2
El mismo espíritu indujo a los administradores de la editorial de Battle Creek a tomar todas las medidas a su alcance para apropiarse de la producción literaria que llegaba a sus manos, con el resultado de que los autores de los libros publicados por la casa no recibían en su totalidad los derechos de autor que les correspondían. De esa manera la editorial, por supuesto, ganaba más. Se alegaba que los que ocupaban cargos administrativos en la editorial estaban en mejores condiciones para comprender las necesidades de la causa y para usar provechosamente las ganancias producidas por la venta de publicaciones, que los autores de los libros. Se creía que éstos no estaban en condiciones de administrar debidamente el dinero que podría haberles llegado en conceptos de derechos de autor. En varios mensajes Elena G. de White, al escribir a las personas que ocupaban cargos administrativos, señaló que el egoísmo motivaba.—Testimonies for the Church 7:176 a 180. TM XXIX.3
La influencia de los métodos egoístas y absorbentes, el ejercicio del “poder real”—como lo calificó Elena G. de White—resultó contagioso. El pastor Olsen, presidente de la Asociación General, con la esperanza de contrarrestar esta mala influencia, puso a disposición de los ministros de la iglesia muchos de los mensajes de consejo que recibieron tanto él como otros dirigentes de Battle Creek en esa época crítica. Esos mensajes, publicados en forma de folletos, fueron enviados como instrucción especial para los ministros y obreros. A menudo el prefacio estaba constituido por fervientes declaraciones firmadas por el presidente de la Asociación General o por la Junta Directiva. En la introducción del pastor Olsen al segundo de estos folletos numerados, escrita alrededor de 1892, declara: “Sentimos el deber de enviarles algunas selecciones de escritos recientes de la Hna. Elena G. de White que todavía no se han impreso, como asimismo de llamarles la atención a algunos extractos muy importantes de escritos que ya han sido publicados. Lo hacemos con el propósito de refrescar las mentes de ustedes con las verdades contenidas en esos mensajes. Son dignos de la más cuidadosa consideración... TM XXX.1
“Por más de tres años el Espíritu de Dios ha estado invitando especialmente a nuestros ministros y hermanos para que dejen a un lado el manto de la justicia propia y busquen la justicia de Dios por fe en Jesucristo. Pero, ¡oh, cuán lentos y vacilantes hemos sido!... El testimonio y las fervientes súplicas del Espíritu de Dios no han encontrado en nuestros corazones la respuesta que Dios quería que lograran. En algunos casos nos hemos sentido incluso libres de criticar el testimonio y las advertencias que Dios nos envió para nuestro bien. Este es un asunto muy serio. ¿Cuál ha sido el resultado?: Una frialdad de corazón, una esterilidad espiritual que resulta verdaderamente alarmante. TM XXXI.1
“¿No ha llegado acaso el tiempo de elevar la voz de alarma? ¿No ha llegado acaso el tiempo en que cada persona medite en estas cosas y se pregunte: ‘¿Soy yo, Señor?’... TM XXXI.2
“En el siguiente testimonio se vuelven a señalar nuestros peligros en tal forma que no podemos dejar de comprenderlos. La pregunta que surge es ésta: ¿Haremos caso del consejo de Dios y lo buscaremos de todo corazón, o vamos a tratar estas amonestaciones con la negligencia y la indiferencia con que lo hemos hecho tantas veces en lo pasado? Dios habla en serio con nosotros y no debiéramos ser remisos para responder”. TM XXXI.3
Al aparecer el sexto de estos folletos, el pastor O1sen escribió el 22 de noviembre de 1896 estas palabras introductorias: TM XXXI.4
“Durante los últimos meses he recibido una cantidad de mensajes de la Hna. Elena G. de White, que contienen mucha instrucción valiosa para mí y para todos nuestros obreros; y sabiendo que todos los obreros relacionados con la causa de la Verdad Presente serán beneficiados personalmente y ayudados en su tarea al recibir estas instrucciones, las he compilado y las he hecho imprimir en este folleto para su beneficio. No necesito pedirles que lo estudien cuidadosamente y con oración, porque sé que lo harán”. TM XXXII.1
No era tarea fácil para Elena G. de White escribir estos impresionantes mensajes de amonestación y reprensión, ni era fácil tampoco que los destinatarios aceptaran que se aplicaban a su experiencia personal y que se decidieran a hacer las reformas que se les pedían. El presidente de la Asociación General y la Junta Directiva de ese organismo los publicaron en forma de folleto en la década iniciada con 1890, para que todos los ministros recibieran la amonestación. Más tarde todo ese material volvió a publicarse en un volumen en Testimonios para los Ministros, en 1923, para que todos los pastores y administradores adventistas estuvieran enterados de los peligros que podían contrarrestar seriamente los intereses de la obra de Dios. TM XXXII.2
Por supuesto, Elena G. de White no quería implicar a cada ministro y administrador en estos mensajes de reprensión. “¡Cuánto se regocija mi corazón—escribió—por aquellos que sirven al Señor con toda humildad, que aman y temen a Dios! Poseen un poder mucho más valioso que el conocimiento y la elocuencia” (pág. 161). Por aquí y por allá, cuando se espigan los artículos que aparecen en esta obra, vemos que ella dice que “algunos” se han desviado, que “algunos” no han respondido a los mensajes que Dios les había enviado. TM XXXII.3
Los consejos que amonestan contra el ejercicio del “poder real” y la autoridad, los consejos que se refieren a que el hombre no debe buscar en sus semejantes dirección y orientación para cada detalle de la obra, están cuidadosamente equilibrados con consejos referentes a la independencia de espíritu y acción, tal como aparecen en las páginas 314 a 316. Se afirma que los presidentes de campos locales debieran recibir el apoyo y la confianza de sus colaboradores. Lo encontramos en las páginas 327 y 328. TM XXXII.4
Este es el marco histórico de la década iniciada en 1890 y el motivo de los mensajes que encontramos en Testimonios para los Ministros. Esta es la descripción de las condiciones que empeoraban de mes en mes y de año en año, a medida que la Iglesia Adventista avanzaba en la realización de un programa cada vez más amplio de evangelización, de desarrollo de instituciones y de avance misionero, al acercarse el fin del siglo pasado. TM XXXIII.1
Elena G. de White, que acababa de llegar a los Estados Unidos después de pasar nueve años en Australia, recibió la invitación de asistir al congreso de la Asociación General celebrado en 1901 en Battle Creek. Era el primer congreso a que asistía después de diez años. El presidente de la Asociación General, pastor G. A. Irwin, pronunció su alocución inaugural. A continuación Elena G. de White pasó al frente, manifestando su deseo de hablar. Se dirigió con fervor a la congregación, señalando la forma en que la obra de Dios había sido limitada en su desarrollo, debido a que unos pocos hombres de Battle Creek estaban asumiendo responsabilidades que sobrepasaban sus posibilidades de atención. Afirmó que esos hombres y la causa resultaban perjudicados cuando trataban de animar a los demás a que los buscaran para conseguir orientación y consejo en cada aspecto de la obra. Afirmó que había hombres que ocupaban cargos de responsabilidad que habían perdido el espíritu de consagración tan esencial para hacer su tarea. En esa reunión exclamó: “Lo que necesitamos ahora es reorganización. Necesitamos comenzar desde el fundamento y edificar sobre un principio diferente”.—The General Conference Bulletin, 3 de abril de 1901. TM XXXIII.2
Lo que ocurrió en las siguientes tres semanas es una historia emocionante. Se aceptó el mensaje. Los hermanos se dedicaron cuidadosamente a trabajar. Se formaron las uniones, que abarcaban las asociaciones y los campos locales, de manera que las responsabilidades recaían sobre los hombres del campo. Las diferentes asociaciones que representaban distintos ramos de las actividades generales de la iglesia, tales como la Escuela Sabática y la Actividad Misionera, dieron los pasos necesarios para convertirse en departamentos de la Asociación General. La junta directiva de ese organismo, que estaba constituida por trece hombres, fue ampliada a 25. En 1903 la junta se amplió aún más para recibir en su seno a los que estaban relacionados con los departamentos recientemente organizados. En pocos años quinientos hombres llevaban las responsabilidades que antes del congreso de la Asociación General de 1901 habían sido asumidas por un puñado. TM XXXIV.1
En medio de esa reorganización, se hizo provisión para que los hombres que estaban en los campos locales pudieran tomar las decisiones que las circunstancias requerían en sus respectivos lugares. Tan sólidos fueron los fundamentos puestos en esa oportunidad, que cuando resultó conveniente que la obra se desarrollara aún más, la organización no tuvo dificultad alguna ni enfrentó grandes problemas para organizar las divisiones de la Asociación General. De acuerdo con este plan se reunieron grandes zonas del mundo, de tal manera que las uniones constituyeron subdivisiones de esas organizaciones más amplias. TM XXXIV.2
Desgraciadamente no fueron escuchados todos los consejos dados por Elena G. de White en el congreso de la Asociación General de 1901. Las reformas que debieran haberse practicado en dos de las instituciones de Battle Creek no se hicieron. Antes que transcurrieran doce meses, en la noche del 18 de febrero de 1902, el sanatorio se incendió. Antes que terminara el año 1902, la editorial también estaba reducida a cenizas. Se reconoció que esas grandes pérdidas para la organización eran juicios de Dios, infligidos porque los hombres no habían aceptado ni seguido los consejos que se les habían dado. Habían recibido la advertencia, pero no la habían aceptado. Dios habló entonces de tal manera que nadie podía dejar de comprender. TM XXXV.1
La sede de la iglesia abandonó Battle Creek, con todos sus problemas, y por la providencia de Dios se estableció en Washington, Capital Federal de los Estados Unidos. La editorial volvió a fundarse en la capital del país, y los dirigentes resolvieron que el tiempo de los empleados y el equipo debían dedicarse ciento por ciento a la publicación del mensaje de la iglesia. El sanatorio fue reconstruido en Battle Creek, pero desgraciadamente pronto la organización perdió el control sobre esa gran institución. Battle Creek dejó de ser el centro de la organización mundial al trasladarse la sede a Takoma Park. TM XXXV.2
Los capítulos finales de esta obra proceden fundamentalmente de mensajes escritos en 1907 y 1914. Elena G. de White tuvo oportunidad de revisar el capítulo titulado “Principios Vitales Acerca de Nuestras Relaciones Mutuas”, y en especial el artículo “Jehová Es Nuestro Rey”, un mensaje que leyó en el congreso de la Asociación del Sur de California en agosto de 1907; y el artículo titulado “Responsabilidad Individual y Unidad Cristiana”, leído por ella en enero de 1907 en el congreso de la Asociación de California. Estos artículos resumen los puntos que abarcan los principales temas del libro. Estos consejos, al ser reafirmados, recuerdan a todos que perder de vista estos principios podría poner en peligro a la iglesia. TM XXXV.3
La historia puede repetirse y los hombres pueden olvidar. Se han hecho sinceros esfuerzos para evitar la repetición de los errores cometidos en Battle Creek. La Hna. White escribió: “No tenemos nada que temer del futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido” (pág. 31). Los administradores y pastores de la iglesia siempre tienen delante de ellos estos mensajes de advertencia y amonestación, para ayudarlos a evitar que cometan los errores de los años pasados. Y, profundamente vinculadas con estas amonestaciones específicas, hay otras de índole general que tienen que ver con el elevado nivel moral y espiritual de la obra del ministro. TM XXXVI.1
Los mensajes que encontramos en este libro, tan íntimamente relacionados con los corazones y las almas de los que fueron pastores del rebaño y de los que asumieron responsabilidades administrativas en lo pasado, sólo podrán aplicarse en la actualidad si las condiciones descritas volvieran a aparecer. Nadie debiera cometer el error de aplicar a todos los ministros de todos los tiempos las reprensiones que aparecen aquí. Tampoco el íntimo conocimiento de algunos de los problemas y las crisis producidas en años pasados debiera empañar nuestra confianza en el glorioso triunfo de la causa de Dios. TM XXXVI.2
Elena G. de White, a quien Dios reveló los secretos de los corazones de los hombres y las debilidades y deficiencias de la humanidad, no perdió su confianza en los obreros elegidos por el Señor. Para ella, el hecho de que Dios enviara mensajes de reprensión a los que cometían errores, no era una indicación de que los hubiera abandonado, sino más bien una evidencia del amor de Dios, “porque el Señor al que ama, disciplina”. Hebreos 12:6. Ni tampoco la desanimaron los retrocesos que experimentó la causa en el fragor de la batalla entre las fuerzas del mal y las fuerzas de la justicia, porque ella se daba cuenta de que “como cristianos bíblicos siempre hemos estado ganando terreno” (Mensajes Selectos 2:458), y que “el Dios de Israel sigue guiando a su pueblo, y seguirá estando con él hasta el mismo fin”.—Life Sketches of Ellen G. White, 437, 438. TM XXXVI.3
Este “marco histórico” tiene el propósito de informar al lector acerca de los motivos del contenido de esta obra. Hay una cantidad de referencias a situaciones específicas, movimientos e instituciones, que podrían parecernos oscuras puesto que vivimos a tanta distancia de los acontecimientos. Con el propósito de proporcionar información que nos conduzca a una mayor comprensión de esas referencias publicamos al final de este libro un apéndice con algunas valiosas notas, que esperamos resulten provechosas para nuestros lectores. TM XXXVII.1
No es tarea de los custodios de los escritos de Elena G. de White explicar los consejos dados por ella o interpretarlos. Es su privilegio y a veces su responsabilidad presentar la situación histórica relativa a ciertas circunstancias y presentar también en su contexto otros consejos que puedan ayudar al lector a comprender mejor estos escritos y por lo tanto interpretarlos correctamente. Que este propósito se cumpla, y que la iglesia, bajo la dirección de líderes temerosos de Dios, avance en triunfo hasta la terminación de la preciosa obra de Dios, es el sincero deseo de TM XXXVII.2
Los Fideicomisarios de la Escritos de Elena G. de White
Washington, D. C.
10 de mayo de 1962
“Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas”. Mateo 13:52. TM 14.1