Cristo, el Divino Portador del Pecado
PERO no necesitamos entrar en una celda para arrepentimos del pecado, como lo hizo Lutero, ni que nos impongamos penitencias para expiar nuestra iniquidad, pensando que al hacer así, ganamos el favor de Dios. Se hace la pregunta: “¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”. Miqueas 6:7, 8. Dice el salmista: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Salmos 51:17. Juan escribe: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”. 1 Juan 1:9. La única razón por la que no tenemos remisión de los pecados es que no hemos reconocido a Aquel que fue herido por nuestras transgresiones, que fue traspasado por nuestros pecados. Por eso estamos en falta y en necesidad de misericordia. La confesión, que es la efusión de lo más íntimo del alma, llegará hasta el corazón de infinita piedad; pues el Señor está cerca de los quebrantados de corazón y salva a los de espíritu contrito. 1MS 383.1
Cuán equivocados están los que se imaginan que la confesión de los pecados menoscabará su dignidad y disminuirá su influencia entre sus prójimos. Aferrándose a esta errónea idea, aunque ven sus faltas, muchos dejan de confesarlas y más bien pasan por alto los errores que han cometido con otros, y así amargan su propia vida y proyectan sombras sobre las vidas de otros. El confesar vuestros pecados no dañará vuestra dignidad. Abandonad esa falsa dignidad. Caed sobre la Roca y sed quebrantados, y Cristo os dará la verdadera dignidad celestial. Que el orgullo, la estima propia, o la justicia propia no impidan a nadie que confiese sus pecados a fin de que pueda hacer suya la promesa: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Proverbios 28:13. No ocultéis nada de Dios ni descuidéis la confesión de vuestras faltas a vuestros hermanos. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”. Santiago 5:16. Más de un pecado es dejado sin confesar, y tendrá que hacerle frente el pecador en el día del ajuste final. Mucho mejor es hacer frente ahora a nuestros pecados, confesarlos y apartarnos de ellos, mientras intercede en nuestro favor el Sacrificio expiatorio. No dejéis de saber la voluntad de Dios en cuanto a este asunto. La salud de vuestra alma y la salvación de otros dependen de la forma en que procedáis en este asunto. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. 1 Pedro 5:6, 7. El humilde y quebrantado de corazón puede apreciar algo del amor de Dios y de la cruz del Calvario. Será amplia la bendición experimentada por aquel que satisface la condición por la cual puede llegar a ser participante del favor de Dios. 1MS 383.2