Las iglesias necesitan tener los ojos ungidos con el colirio celestial, para que vean las muchas oportunidades que por doquiera se les presentan para servir a Dios. El Señor ha pedido reiteradamente a su pueblo que salga a los caminos y los vallados y fuerce a los hombres a entrar, para que se llene su casa; y sin embargo a la sombra de nuestras propias puertas, hay familias en las cuales no hemos manifestado suficiente interés para inducirlas a pensar que cuidamos de sus almas. Es esta obra, que está más cerca de nosotros, la que el Señor nos llama a realizar. No hemos de estar en pie y preguntar: “¿Quién es mi prójimo?” Hemos de recordar que nuestro prójimo es aquel que necesita nuestra simpatía y nuestra ayuda. Nuestro prójimo es toda alma que ha sido herida por el adversario. Nuestro prójimo es todo aquel que pertenece a Dios. En Cristo han desaparecido las distinciones que hicieron los judíos con respecto a quién era su prójimo. No hay límites territoriales, ni distinciones artificiales, ni casta, ni aristocracia.—Testimonies for the Church 6:294. SC 50.2