Son muchas las lecciones que se pueden sacar de lo que experimentó Elías durante aquellos días de desaliento y derrota aparente, y son lecciones inestimables para los siervos de Dios en esta época, que se distingue por una desviación general de lo correcto. La apostasía que prevalece hoy es similar a la que se extendió en Israel en tiempos del profeta. Multitudes siguen hoy a Baal al exaltar lo humano sobre lo divino, al alabar a los dirigentes populares, al rendir culto a Mammón y al colocar las enseñanzas de la ciencia sobre las verdades de la revelación. La duda y la incredulidad están ejerciendo su influencia nefasta sobre las mentes y los corazones, y muchos están reemplazando los oráculos de Dios por las teorías de los hombres. Se enseña públicamente que hemos llegado a un tiempo en que la razón humana debe ser exaltada sobre las enseñanzas de la Palabra. La ley de Dios, divina norma de la justicia, se declara anulada. El enemigo de toda verdad está obrando con poder engañoso para inducir a hombres y mujeres a poner las instituciones humanas donde Dios debiera estar, y a olvidar lo que fué ordenado para la felicidad y salvación de la humanidad. Sin embargo, esta apostasía, por extensa que haya llegado a ser, no es universal. No todos los habitantes del mundo son inicuos y pecaminosos; no todos se han decidido en favor del enemigo. Dios tiene a muchos millares que no han doblado la rodilla ante Baal, muchos que anhelan comprender más plenamente lo que se refiere a Cristo y a la ley, muchos que esperan contra toda esperanza que Jesús vendrá pronto para acabar con el reinado del pecado y de la muerte. Y son muchos los que han estado adorando a Baal por ignorancia, pero con los cuales el Espíritu de Dios sigue contendiendo.—La Historia de Profetas y Reyes, 125, 126. SC 73.1