Los miembros de iglesia que han visto la luz y han sido convencidos de su culpabilidad, pero que han confiado la salvación de sus almas a los ministros, aprenderán en el día de Dios que ninguna otra alma puede pagar el rescate por sus transgresiones. Surgirá un terrible clamor: “Estoy perdido, eternamente perdido”. Habrá quienes sentirán que serían capaces de despedazar a los ministros que han enseñado falsedades y han condenado la verdad.—Comentario Bíblico Adventista 4:1178 (1900). EUD92 251.1
Todos concuerdan para abrumar a los ministros con la más amarga condenación. Los pastores infieles profetizaron cosas lisonjeras; indujeron a sus oyentes a menospreciar la ley de Dios y a perseguir a los que querían santificarla. Ahora, en su desesperación, estos maestros confiesan ante el mundo su obra de engaño. Las multitudes se llenan de furor. “¡Estamos perdidos!—exclaman—y vosotros sois causa de nuestra perdición”; y se vuelven contra los falsos pastores. Precisamente aquellos que más los admiraban en otros tiempos pronunciarán contra ellos las más terribles maldiciones. Las manos mismas que los coronaron con laureles se levantarán para aniquilarlos. Las espadas que debían servir para destruir al pueblo de Dios se emplean ahora para matar a sus enemigos.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 713-714 (1911). EUD92 251.2
Aquí vemos que la iglesia, el santuario del Señor, era la primera en sentir los golpes de la ira de Dios. Los ancianos (Ezequiel 9:6), aquellos a quienes Dios había brindado gran luz, que se habían destacado como guardianes de los intereses espirituales del pueblo, habían traicionado su cometido.—Joyas de los Testimonios 2:65-66 (1882). EUD92 252.1
Los falsos pastores vuelven ineficaz la Palabra de Dios... Su obra pronto recaerá sobre ellos mismos. Entonces serán presenciadas las escenas descritas en Apocalipsis 18, cuando los juicios de Dios caerán sobre la Babilonia mística.—Manuscrito 60, 1900. EUD92 252.2