Cada miembro tiene una gran responsabilidad de avanzar la causa por medio de su vocación como la que tiene el ministro—Cuando un ministro que ha trabajado con éxito en ganar almas para Jesucristo abandona su obra sagrada para obtener ganancias temporales, se le llama apóstata y habrá de dar cuenta a Dios por los talentos a los cuales dio mala aplicación. Cuando hombres de diferentes vocaciones: agricultores, mecánicos, abogados, etc., se hacen miembros de la iglesia, vienen a ser siervos de Cristo; y aunque sus talentos sean completamente diferentes, su responsabilidad en cuanto a hacer progresar la obra por el esfuerzo personal y con sus recursos, no es menor que la que descansa sobre el predicador. El ay que caerá sobre el ministro si no predica el Evangelio, caerá tan seguramente sobre el negociante, si él, con sus diferentes talentos, no coopera con Cristo en lograr los mismos resultados. Cuando se le presente esto a cada individuo, algunos dirán: “Dura es esta palabra” (Juan 6:60); sin embargo, es veraz aunque sea contradicha continuamente por la práctica de hombres que profesan seguir a Cristo.—Joyas de los Testimonios 1:548, 549. MPa 176.2
Los miembros fieles ministran a través de su vocación—Debemos llenarnos de Cristo y entonces podremos valorar las cosas mundanas a la luz de Dios. Cuando trabajen en sus fincas; cuando estén entregados a su vocación en los negocios, no estarán separando sus almas de Dios, porque laboran con el verdadero propósito y objetivo, reconociendo a Dios como el dueño de todo lo que poseen y buscando inteligencia para usar sus bienes para avanzar su gloria. Entonces estarán ministrando, no perezosos en los negocios, sino fervientes en espíritu, sirviendo al Señor. Entonces vidas humanas serán bendecidas por medio de su influencia. La mente estará en las cosas celestiales, se sentirán como en la presencia de Cristo, y difundirán luz a todos en su derredor. Una vida verdaderamente cristiana nos costará esmero, escudriñamiento de las Escrituras, y oración más ferviente y perseverante. No será una oración sin fin ni propósito, sino la intercesión de un corazón preocupado por los pobres pecadores lejos de Cristo. Será un corazón anhelante de trabajar para Jesús en un esfuerzo personal por salvar las almas de los hombres.—Important Testimony to our Brethren and Sisters in New York (Ph 39) 9, 10. MPa 176.3