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El desconcierto del asesino de Cristo HR 245

Cuando las noticias se diseminaron de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, los judíos a su vez temieron por sus vidas y ocultaron el odio que sentían por los discípulos. Su única esperanza consistía en esparcir su informe mentiroso. Y los que querían que esa mentira fuera verdad, lo aceptaron. Pilato tembló cuando oyó decir que Cristo había resucitado. No podía albergar dudas acerca del testimonio que se había dado, y desde ese momento la paz lo abandonó para siempre. Por causa del honor mundanal, por temor de perder su autoridad y su vida, había entregado a Jesús a la muerte. Ahora se convenció plenamente de que era culpable no sólo de la sangre de un hombre inocente, sino de la del Hijo de Dios. La vida de Pilato fue miserable hasta el mismo fin. La desesperación y la angustia desmenuzaron cada sentimiento de esperanza y de alegría. No quiso ser consolado y murió una muerte miserable. HR 245.3